Del pecado de la sodomía
Vivan dignamente en Cristo, con toda santidad y pureza, contentándose con la unión natural con la esposa que el buen Creador le dio a cada uno.
Varias veces he hablado de esto y no dejaré de repetirlo: odien con toda el alma esta iniquidad, para no llegar a ser hijos de la maldición y del tormento eterno. Ustedes son cristianos y se llaman así porque han recibido ese maravilloso título de Cristo, Dios Purísimo y Santísimo. Así pues, vivan dignamente en Cristo, con toda santidad y pureza, contentándose con la unión natural con la esposa que el buen Creador le dio a cada uno. No quieran parecerse a los ismaelitas infieles que descienden de la esclava Agar y que no participan de la herencia celestial con Isaac, el hijo de Sara. No pierdan neciamente esta herencia otorgada por Dios, consistente en los inefables dones eternos, por culpa de los placeres más infames, repugnantes y odiados por Dios; no caigan en la maldición de la perversidad. No sean “como el caballo y la mula, que no tienen uso de la razón”, para no sufrir la “brida”, es decir, para evitar que la ira y la furia de Dios terminen “destrozándoles las mandíbulas”, lo cual significa que, debido a la dsobediencia de sus almas, a ustedes se les privó de la libertad por no haber querido acercársele a Él voluntariamente, por medio del arrepentimiento sincero y completo, porque esta es la única forma de purificar los pecados del alma en esta vida, y no por medio del fuego eterno. Porque esta vida es el tiempo para actuar y poner en práctica el bien, en tanto que la vida futura será el tiempo de la recompensa y no de la purificación. El Apóstol nos ordena no dejarnos engañar por las esperanzas inútiles de los herejes. Por eso, aferrémonos fuertemente a las enseñanzas evangélicas y apostólicas, y a la tradición de los Santos Padres, para hacernos dignos de alcanzar el gozo de las bondades eternas, con la misericordia y el amor a la humanidad de nuestro Señor, Dios y Salvador, Jesucristo, a Quien debemos todo gloria, honra y adoración, por los siglos de los siglos. Amén.
(Traducido de: Sfântul Maxim Grecul, Viaţa şi cuvinte de folos, Editura Bunavestire, Galaţi, 2002, p. 227-228)