Del sufrimiento de la cruz nació la alegría de la Resurección. ¡He aquí el cristianismo!
La Iglesia expresa de mejor manera la normalidad de una relación personal desinteresada. Y es que la Iglesia proclama un “no” categórico a la seriedad hipócrita y a la alegría exagerada, y un “sí” categórico a la seriedad sosegada y a la alegría sobria. A menudo confundimos la necesidad de ser serios, cuando se trata de la Iglesia, con el miedo al castigo, pero cuando se trata de alegrarnos de la vida, lo hacemos superficialmente. La Iglesia equilibra las cosas: del sufrimiento de la cruz nació la alegría de la Resurrección.
La belleza nunca es “necesaria”, “funcional” o “útil”. Cuando esperamos la visita de alguien querido, arreglamos la mesa y la adornamos con candelas y flores...no por necesidad, sino por amor. También la Iglesia es amor, espera y alegría. De acuerdo a nuestra tradición ortodoxa, ella es el Cielo en la tierra, es volver a sentir la alegría de la infancia, es una felicidad que no se marchita, incondicional, desinteresada, la única capaz de transformar al mundo.
En nuestra devoción, seria, madura, pedimos definiciones y justificaciones, que inexorablemente provienen del temor a desnaturalizarnos, a desviarnos, a recibir “influencias paganas”, etc. Mientras los cristianos sigan amando el Reino de Dios y no simplemente hablen de él, lo seguirán “representando” y plasmando en algo artístico y bello.
(Traducido de: Părintele Alexander Schmemann, Pentru viața lumii – Sfintele Taine și Ortodoxia, traducere de Pr. Dr. Aurel Jivi, ediția a II-a, Editura Basilica, București, 2012, p. 36)