Del vínculo entre el pecado y el sufrimiento
El Santo Apóstol Pablo, a pesar de llevar una vida superior, tuvo que sufrir mucho. Lo mismo ocurrió con muchos santos más, quienes, a pesar de no ser culpables de nada, tuvieron que soportar el dolor, pero para dar testimonio de su fe en esas circunstancias.
El pecado, en general, trae oscuridad, y Dios, como nuestro Salvador, trae la luz. Nuestro Señor Jesucristo se presentó a Sí Mismo como la Luz del mundo: “Yo Soy la Luz del mundo. Quien crea en Mí, no caminará en la oscuridad”.
El pecado trae debilidad. Nuestro Señor Jesucristo, como nuestro Salvador, nos da poder y fuerza espiritual. Él Mismo manifestó esa fuerza redentora en distintas ocasiones. En el Santo Evangelio se nos presentan una gran cantidad de milagros de sanación de la naturaleza humana. Por ejemplo, la curación del paralítico de Cafarnaúm, o la del paralítico de Bethesda. Es muy importante (e interesante) que lo primero que nuestro Señor le dijo al paralítico de Cafarnaúm fue: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. El perdón de los pecados es un aspecto de la salvación. Cuando vio que los presentes pensaban que lo que hacía era una blasfemia (“¿Quién puede perdonar los pecados, sino solo Dios?”), nuestro Señor Jesucristo, refiriéndose a esos pensamientos ocultos de ellos, les dijo. “¿Qué es más fácil, decir al paralítico: tus pecados te son perdonados, o: levántate, toma tu lecho y anda? Y para que veáis que el Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados (le dijo al paralítico): ¡levántate, toma tu lecho y anda!”. Y así lo hizo aquel hombre. Se levantó, tomó su camilla y se fue. Y es que ahora tenía una fuerza que antes le faltaba, una fuerza que nuestro Señor le concedió. Ciertamente, Jesús le dio aqiello que no tenía, probablemente por causa del pecado, porque si nuestro Señor dijo primero: “Tus pecados quedan perdonados”, creemos que hizo una relación entre pecado y enfermedad. Sin embargo, no siempre existe un vínculo entre pecado y sufrimiento. Por ejemplo, en el caso de Job. El Santo Apóstol Pablo, a pesar de llevar una vida superior, tuvo que sufrir mucho. Lo mismo ocurrió con muchos santos más, quienes, a pesar de no ser culpables de nada, tuvieron que soportar el dolor, pero para dar testimonio de su fe en esas circunstancias.
(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Cum putem deveni mai buni – Mijloace de îmbunătățire sufletească, Editura Agaton, p. 237)