Dios envía la esposa correcta a cada hombre creyente
Sólo en el matrimonio legítimo domina el amor puro y desinteresado, porque, de acuerdo al mandato divino, “lo que Dios unió, no lo separe el hombre ”.
El amor verdadero e inmutable, mandamiento de Dios, puede ser puesto en acción para que fructifique. Todo lo que nos rodea es cambiante, inestable y en continuo movimiento. En nuestra sociedad y en nuestras relaciones familiares, ¿qué hay que sea constante, inmutable, permanente? Sólo en el matrimonio legítimo domina el amor puro y desinteresado, porque, de acuerdo al mandato divino, “lo que Dios unió, no lo separe el hombre ”.
La unidad de los dos esposos fue consagrada desde los inicios de la creación. Y no hay error posible en la creación, ya que la Santa Escritura atestigua: “vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera.”. Dios pudo prever la caída del hombre y también la forma en que habría de multiplicarse; por eso fue que dispuso la unión de dos para ser uno, para que la vida pudiera persistir, gracias al amor. Aquel “la mujer juiciosa es un don del Señor” (Proverbios 19, 14) está dirigido a los fieles, en quienes obra Su voluntad. En el Antiguo Testamento vemos que Dios condujo a Sus siervos a la unidad del verdadero matrimonio y se los presentó como modelo, en medio de la ignorancia y confusión de aquellos tiempos.
Si hay amor entre los esposos, nada podrá afectarlos, ni siquiera la influencia de los suegros. Cierta vez forcé, si me permiten la expresión, a una pareja de esposos de edad avanzada, a que me explicaran, partiendo de su propia experiencia, cuál es el elemento esencial del matrimonio. Y me respondieron que no se trata de otra cosa que el amor. Hablando sobre el mismo tema con algunas señoras “de buena familia”, me dijeron: “A nosotras, las mujeres, nada nos llena más, nada nos ofrece tanta paz, que sentir que nuestro esposo nos ama verdaderamente. Tristemente, como mujeres, tendemos a llenarnos de sospechas, influenciadas por el medio en que vivimos”.
Es necesaria mucha atención en lo que respecta a esas influencias —por no decir imposiciones— de los padres y del contexto más cercano, del que hasta los suegros han obtenido una fama muy mala. Después del matrimonio, aconsejamos a hombres y mujeres alejar toda sugestión paterna o de cualquier otra persona, dirigida para destruir.
(Traducido de: Gheronda Iosif Vatopedinul, Dialoguri la Athos, traducere din limba greacă şi note de Nicuşor Deciu, Editura Doxologia, Iaşi, 2012, pp. 125-126)