Dios hace milagros cuando tu oración se une a la del sacerdote
Muchas veces, cuando alguien venía a pedirme oración, le exhortaba: “¡Ora conmigo!”. Usualmente se trataba de problemas serios en familia, enfermedades, disputas... pero el milagro ocurría y las cosas cambiaban, para bien.
El sacerdote debe orar por todos. La suya es una oración mediadora. Por eso es que ustedes me dan sus peticiones y yo oro por ellas. ¡Pero si sólo yo oro, y ustedes no lo hacen, todo es inútil! Porque el sacerdote no es, no sé, un hechicero, que repite fórmulas extrañas mientras ustedes hacen lo que les da la gana. No. Mi oración de sacerdote debe unirse a la suya, y entonces Dios obrará el milagro.
Muchas veces, cuando alguien venía a pedirme oración, le exhortaba: “¡Ora conmigo!”. Usualmente se trataba de problemas serios en familia, enfermedades, disputas... pero el milagro ocurría y las cosas cambiaban, para bien. Hay veces que alguien viene y me dice: “Padre, sus oraciones tuvieron tanta fuerza que me libraron de mi aflicción: mi esposo cambió, o mi hijo, que andaba en malos pasos, volvió a la fe y ahora es una persona buena”. Y yo respondo: “No se trata de mi oración, sino de nuestra oración. Porque no sé si Dios me hubiera escuchado sólo a mí... también yo soy pecador, ¿no?”.
Y si oro por otros, lo hago con amor, porque amo a cada uno y entiendo el sufrimiento humano, mejor de lo que podría hacerlo alguien que no lo ha experimentado. Con esta oración, Dios obra un milagro y sana al enfermo, levantándolo de su lecho de dolor; al ciego le da luz, al enfermo mental le aclara el pensamiento y lo hace volver a la fe.
(Traducido de: Părintele Cheorghe Calciu, Cuvinte vii, ediţie îngrijită la Mănăstirea Diaconeşti, Editura Bonifaciu, 2009, p. 31)