“Dios no me deja hacer nada de lo que me gusta”
¡Tenemos que ayudar al joven a entender y a entenderse, abriéndole el “apetito de Dios”, para que vea, guste y observe qué Bueno es el Señor! Pero, ¡sin la ayuda de los padres espirituales, jamás podríamos llevar esta labor más allá de la simple agitación del anhelo de Dios!
Viene un joven y dice. “¡Yo no quiero amar a Dios, no quiero venir a donde está Él, porque no me deja hacer nada de lo que me gusta!”. “¿Y eso? ¿Qué es lo que te gusta hacer?”. “Madre, usted ya lo sabe… estar con chicas, beber, fumar, probar algo de ‘hierba’...”. “¿Y? ¿Dios no te deja hacer nada de eso?”. “¡No!”. “Pero, ¿cómo te lo impide? Cuando has hecho algo de eso que acabas de mencionar, ¿vino Dios y te pegó en la mano, te abofeteó, te dejó paralizado el cuerpo?”. “¡No!”. “¿Te gusta hacer esas cosas?”. “¡Por supuesto!”. “¿Y con qué las haces?”. “Con lo que tengo yo…”. “¿Dónde obtuviste lo que tienes? ¿Quién te lo dio? ¿Acaso no fue Dios? Luego, Él no te ha quitado la capacidad de sentir, no te ha quitado ningún órgano… ¿Por qué, entonces, te enojas con Él?”.
Es triste, pero Dios nos deja sentir placer incluso en el pecado. ¿Por qué? Porque Él no nos prohíbe nada. Pero dice: “Si haces esto, mueres. Si haces esto otro, te perjudicas”. Y tú lo haces, y después ves cómo vienen el dolor, la tristeza, las pérdidas… Y quisieras huir… Entonces, en vez de enfadarte con Dios, intenta hacer una lista: ¿qué pierdes haciendo esas cosas? “Uff… Madre, he obtenido malas calificaciones en la escuela, mi mamá me dejó de hablar…”. Y después haz también otra lista, anotando lo que has ganado con esas mismas cosas.
Y probablemente el chico hará lo que le recomendé, y después reconocerá: “En verdad, es mejor ocuparme de esta segunda lista. Pero ¿qué hago si ya no siento ningún placer?”.
Necesitamos ofrecerle al joven un Dios que da alegría. Pero hay muchos que, en la iglesia, le dicen: “¡No se hace eso, no se hace esto otro, tampoco aquello!”. Tal vez lo intente por un tiempo, pero después dirá: “Un momento… dejaré esto de las listas para después, cuando ya esté más viejo. Voy a consentirme con lo que me apetece unas cuatro o cinco veces más, y después me arrepentiré. ¿Cuál es la prisa en arrepentirme ahora, si me quedaré sin vida, sin nada de lo que es valioso para mí?”. En este punto, ¡tenemos que ayudarlo a entender y a entenderse, abriéndole el “apetito de Dios”, para que vea, guste y observe qué Bueno es el Señor! Pero, ¡sin la ayuda de los padres espirituales, jamás podríamos llevar esta labor más allá de la simple agitación del anhelo de Dios!
(Traducido de: Monahia Siluana Vlad, Doamne, unde-i rana?, Editura Doxologia, Iași, 2017, pp. 36-37)