Dios quiere que lo ayudemos a salvarnos
Él no puede salvarte, si tú mismo no participas de ello. Te ha dado un gran cúmulo de dones espirituales, para que puedas ayudarlo a salvarte.
Les pondré un ejemplo. Creo que todos hemos oído hablar de Clemenceau; fue un polifacético científico y político francés, quien marcó toda una época en la vida de su país, y quien, además, era ateo. Un día, un vehículo lo atropelló, y, como era de esperarse, los diarios publicaron un número especial, con títulos tan superlativos como: “¡El gran Clemenceau, arrollado!”, “El gran Clemenceau, internado en el hospital R., atendido por el doctor M”. Cuando fue externado, Clemenceau dijo: “Debo reconocer que no fueron los médicos quienes me devolvieron la salud, sino una enfermera que todo el tiempo estuvo a mi lado, y cuyo nombre no he visto mencionado en ningún diario”. Al mismo tiempo, otro conocido estadista y escritor fue atropellado por un automóvil, y pidió ser enviado a un hospital administrado por monjas. “¿Cómo? ¿Usted? Pero si usted no cree…”, le preguntaron. “¡No me importa lo que digan! ¡Lo que quiero es curarme!”, respondió él.
Como podemos ver, la aterciopelada mano del médico debe partir desde el mandamiento del corazón… ¿O se nos olvida que lo primero que necesita el enfermo es que lo llenen de valor? Porque su recuperación depende mucho de él mismo, no solamente de los demás. ¿Qué pueden hacer los médicos contigo, si tú no crees? Y no solamente un simple doctor, sino nuestro Señor, Dios. Él no puede salvarte, si tú mismo no participas de ello. Te ha dado un gran cúmulo de dones espirituales, para que puedas ayudarlo a salvarte. Porque Él nos creó y, por Su inmenso amor, lo que quiere es salvarnos. Así, porque nos ama, tenemos que ayudarlo en ese trabajo de nuestra salvación.
(Traducido de: Duhovnici români în dialog cu tinerii, Editura Bizantină, București, p. 131)