Dios quiere que todos nos salvemos, pero de nosotros depende si evolucionamos del egoísmo al sacrificio
Dios ama a todos por igual. Dios ama a todos sin hacer diferencias.
Busquen el ícono de la Segunda Venida del Señor, y verán que alrededor de Cristo aparecen los que ya están en el Paraíso, envueltos en una luz dorada. Esa misma luz cambia de color mientras más se aleja del Señor y, gradualmente, del dorado pasa a un tono rojo. En esa luz roja se hallan los que han sido condenados. Los que se han salvado ven a Cristo, pero en ese halo dorado, mientras que los que sufren del castigo también lo ven, pero en una luz roja. Para los primeros, la luz es la gloria de Dios, en tanto que para los segundos esa luz es un fuego eterno, “la más profunda de las oscuridades” y “fuego que arde”. En consecuencia, desde esta perspectiva, nosotros, los ortodoxos, nos hallamos en la misma línea con los más liberales hombres del mundo. No hay un mensaje más liberal que el de los Padres de la Iglesia, que no sólo sostienen que: “Hijo, todos iremos al mismo lugar”, así como me dijo una anciana, sino que también sostienen que Dios ama a todos de la misma manera, redimidos, condenados, deificados, santos, ángeles, demonios, justos, malos, adúlteros y castos.
Dios ama a todos por igual. Dios ama a todos sin hacer diferencias. Así, desde la perspectiva de Dios, a todos habría que salvar, porque Él quiere la salvación de todos y a todos nos predestinó para salvarnos. ¿De dónde sale todo esto? Del hecho que hasta el infierno es redentor (el ser humano no desaparece), sino que es, en principio, una forma de perfeccionarnos... pero sigue siendo el infierno, no el Paraíso. Y sucede que el que ha sido condenado no puede ya avanzar. ¿Por qué? Porque sufre de una petrificación en la conciencia, es decir que su corazón se ha vuelto de piedra, haciéndole una persona egoísta y egocéntrica, de tal forma que su personalidad no puede evolucionar ya del egoísmo al sacrificio de sí mismo. Y si no puede evolucionar, es que lo único que se perfecciona es su egoísmo. Incluso el infierno es malo para él, aunque, desde la perspectiva de Dios, no sea un castigo, sino solamente desde la perspectiva humana.
(Traducido de: IPS Ierótheos Vlachos, Mitropolitul Nafpaktosului, Dogmatica empirică după învățăturile prin viu grai ale Părintelui Ioannis Romanidis, Volumul II, Editura Doxologia, Iași, 2017, pp. 336-337)