Dios tiene paciencia con cada uno de nosotros
Dios sabe que el hombre no siempre es pecador, así como no siempre es santo; por eso es tan paciente y bondadoso con todos.
Hay que hacer notar que la maldad tiene causas que, la mayoría de las veces, pueden ser identificadas y hasta apartadas. Por ejemplo, las almas “malas” son algunas veces víctimas del vicio del orgullo y del egoísmo. Otras veces son el resultado de una educación equivocada o el producto de un medio vicioso, infectado por el virus de las enfermedades fisicas y espirituales. Las injusticias sociales, los pecados, las guerras y los abusos provienen de esos que tienen una voluntad irresponsable, de superiores arbitrarios, de seres maliciosos que han de recibir la recompensa adecuada a sus iniquidades. ¡Lo que sería de este mundo, si la Divina Providencia retribuyera a cada persona, uno a uno los pecados cometidos! El mundo se llenaría de quejidos, llantos e... injusticia. Porque castigando a uno que es culpable, por ejemplo, con la muerte, se estaría castigando también a miles de descendientes inocentes, en un acto de extraordinaria injusticia. Dios castiga, pero sabe ser paciente y remediar el mal con el bien, con los medios y formas que nosotros, debido a lo limitado de nuestros alcances, nunca podríamos llegar a comprender.
En esto que acabo de decir no debe cabernos ninguna duda. Dios sabe que el hombre no siempre es pecador, así como no siempre es santo; por eso es tan paciente y bondadoso con todos. Lo mismo sucede con los sufrimientos, las penas y las lágrimas de los justos. Muchos de ellos no fueron siempre tan correctos y santos como podríamos creer y, en segundo lugar, no podemos negar el importantísimo rol purificador, consolador y redentor del sufrimiento. Del sufrimiento nacen los más grandes ideales progresistas, las obras maestras de la cultura y en él se han forjado las más grandes personalidades de la humanidad. Esto significa que el sufrimiento, cuando no es bien ganado, tiene un rol providencial y pedagógico, por el bien del hombre y de la sociedad}.
(Traducido de: Ilarion V. Felea, Religia iubirii, Editura Reîntregirea, Alba-Iulia, 2009, pp. 147-148)