El alimento de quien se ofrenda a Dios
El alimento de quienes se esfuerzan en Cristo es la alegría. La alegría alimenta el alma, el espíritu y la mente, para que pueda elevarse y dedicarse a Dios.
Se dice que la alegría es “el alimento de los que se esfuerzan”. Luego, “me esfuerzo” significa que hago algo, que incesantemente intento ser digno. Hago un esfuerzo, en el sentido de que me esfuerzo, cuando esto que hago se refiere a mí mismo. “El alimento de los que se esfuerzan”, así pues, significa que el que se esmera en algo, el que trabaja, el que ama, el que suspira por Cristo, el que anhela la vida del monje, el que sigue los frutos del Espíritu Santo, el que busca el sacrificio, el ayuno, la templanza y la oración, el que persevera por Cristo, anhelando ganarse el Reino de los Cielos o el que guarda la castidad por Él, si no está atento, es posible que, debido a las constantes privaciones a las que se somete, termine debilitándose tanto que ya no pueda vivir su propia vida. Tanto tu oración como tu amor, incluso tu amor a Dios y tu ayuno —y cualquier otro sacrificio— podría terminar debilitándote, por eso es que tienes que alimentarte.
Pero es que el alimento de quienes se esfuerzan en Cristo es la alegría. La alegría alimenta el alma, el espíritu y la mente, para que pueda elevarse y dedicarse a Dios. Ningún sacrificio, ninguna continencia, ningún anhelo, ningún amor puede alcanzar la plenitud, si no se alimenta. Pensemos en alguien que quiere ser un buen atleta, pero no come. Sin lugar a dudas, caerá al empezar a ejercitarse. Lo mismo le ocurre a cualquiera que se sacrifica en lo espiritual, si le falta la alegría. “El alimento de los que se esfuerzan” y, en consecuencia, la alegría, es un gozo que nutre.
Dice también San Nilo que la alegría es “el consuelo de las lágrimas”. Es el consuelo de las lágrimas que tanto el Espíritu Santo como nuestro propio espíritu hacen brotar, cuando se presenta en verdad a Dios. Pero no se trata de lágrimas de tristeza y dolor, sino de un llanto contrito, de amor a Dios, lágrimas que el alma derrama con alegría, cuando quiere acercarse a Él y se da cuenta de cuán lejos está por culpa de sus faltas, mismas que juzga desde la perspectiva de Cristo, y no con el egoísmo que caracteriza a lo humano. Cuando el hombre tiene esas lágrimas, cuando reconoce su pecado, que hasta ahora le parecía “la tela de una araña” [1]; cuando veo los años que he alcanzado, es decir, cuando soy consciente de que, a mi edad, aún no he hecho nada, y tengo ya cincuenta, sesenta o setenta años, entiendo que es el momento de empezar de nuevo. Cuando esto sucede, ¿quién puede consolarme? ¿Cristo? Él nos dejó la forma de consolarnos. La alegría, dice, es “el consuelo de las lágrimas”. La alegría que tienes en tu alma hace que broten las flores de las lágrimas espirituales, las lágrimas de contrición, de comprensión, del autoconocimiento. Le revelas a alguien su propio yo, sus heridas, sus fracasos, sus pasiones, sus sufrimientos, y ves cómo titubea, cómo cae en la desesperación. ¿Por qué? Porque le falta la alegría y, en consecuencia, porque no ha tenido a Cristo. Cuando, sin embargo, le dices la verdad a un pecador, a un desdichado, y ves que se consuela, se alegra y dice: “¡Muy bien! ¡De hoy en más empezaré una nueva vida! ¡Concédeme, Dios mío, así sea cinco minutos de vida, para que puedad prepararme y decir: Señor, ten piedad!”, esto significa que ese hombre ha alcanzado la alegría en su interior y que, probablemente, podrá conducirse correctamente hasta el fin de sus días.
La alegría es también “mantener el amor”. “Mantener” significa unir, juntar, conservar. “Mantener el amor” significa, así pues, que la alegría está siempre unida al amor. Tal como una hoja de papel no tiene una sola cara, sino dos, así también no es posible que también el amor sea verdadero, si no tiene también la otra cara, la de la alegría. Cualquier amor al prójimo, a la vida espiritual, al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo o cualquier otra cosa. es falso, si no hay alegría en él. ¡De una forma tan absoluta el amor se halla unido a la alegría!
(Traducido de: Arhimandritul Emilianos Simonopetritul, Despre Viață. Cuvânt despre nădejde, Indiktos Atena, 2005)
[1] Salmos 89, 9.