El amor ciego carece de la luz de Dios
El Evangelio nos ordena que dicho amor esté en Cristo, que Cristo sea amado en nuestro semejante, y que nuestro semejante sea amado como criatura de Dios.
El Evangelio nos prescribe no un amor ciego por nuestros enemigos, sino uno iluminado por la justa medida espiritual. El amor es luz. El amor ciego no es luz. Lo mismo se puede decir del amor a nuestros amigos. El Evangelio nos ordena que dicho amor esté en Cristo, que Cristo sea amado en nuestro semejante, y que nuestro semejante sea amado como criatura de Dios. Por este amor en Dios y para Dios, los santos cultivaban un amor perfecto por todos, y especialmente amaban a aquellos que llevaban una vida de piedad, como dijo el profeta David: “Pero yo he honrado mucho a Tus amigos, Señor” (Salmos 138, 17).
Los principiantes sentían más admiración y aprecio por esos mentores en los que veían una riqueza abundante de conocimientos espirituales y otros carismas redentores. Y los preceptores espirituales amaban más a aquellos discípulos en los que veían una perseverancia especial en la virtud y una labor más devota en el crecimiento espiritual. Semejante amor, que valora a las personas correctamente, según la medida de su devoción, es ecuánime, porque está en Cristo, y en todos ama a Cristo. Algunas vasijas contienen más de este tesoro espiritual; otras, menos. ¡Pero el tesoro sigue siendo el mismo!
(Traducido de: Sfântul Ignatie Briancianinov, De la întristarea inimii la mângâierea lui Dumnezeu, Editura Sophia, 2012, pp. 190-191)