Palabras de espiritualidad

El amor de Dios, el perdón de nuestros pecados y la salvación

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El sacrificio del Gólgota tuvo lugar para la salvación de todo el mundo, no la de unos pocos. Puede que haya quienes no quieran salvarse, pero aun así tienen posibilidades de hacerlo. El Señor no aceptó ser crucificado solo para una determinada categoría de pecados, sino por todos los pecados del mundo.

¿Hay alguna categoría de personas que no puedan salvarse?

—Querido hijo, solamente el demonio no se puede salvar. Esta es la respuesta a tu pregunta. Luego, no vuelvas a preguntar algo así. La condición es que la persona se arrepienta. Aunque haya matado no a uno, sino a varios, o a muchos, si después se arrepiente sinceramente, se confiesa y llora por los pecados cometidos, Dios lo perdona. El sacrificio del Gólgota tuvo lugar para la salvación de todo el mundo, no la de unos pocos. Puede que haya quienes no quieran salvarse, pero aun así tienen posibilidades de hacerlo. El Señor no aceptó ser crucificado solo para una determinada categoría de pecados, sino por todos los pecados del mundo. No hay pecado más grande que el cometido por Judas, es decir, traicionar conscientemente a Dios. Y, con todo, Dios lo habría perdonado si él no hubiera corrido a ahorcarse. En relación con esto, un consejo que les doy siempre a los padres espirituales es que amen a todos sus discípulos tal como son.

Un día, hallándome de visita en un monasterio donde tengo dos hijos espirituales, les pregunté: “¿Cómo hacen ustedes para imponer un canon de penitencia?”. Y me respondieron: “Padre, nosotros jamás le damos la absolución a quien haya cometido un gran número de abortos”. “¿Y qué hacen con esas personas? ¿Me las envían a mí?”. No se trata de permitirles que comulguen inmediatamente, pero sí que se les debe absolver de sus pecados.

¿Y qué se puede hacer si la persona no quiere renunciar a su pecado? ¿Aun así hay que darle la absolución?

—Por ejemplo, si viene una persona y me dice que no asiste a la iglesia —de hecho, nadie me dice eso, sino que yo les pregunto si participan en la Divina Liturgia—, no le doy la absolución en el acto, pero la exhorto a que vaya a la iglesia y que regrese después para hablar. Es difícil, porque no tienes cómo no dar la absolución, cuando la misma persona te está confesando su falta. Yo lo que hago, entonces, es explicarle el gran error que comete al no asistir a la iglesia y la importancia de la Divina Liturgia, que nos llena de la Gracia de Dios.

(Traducido de: Arhimandritul Arsenie PapaciocCuvânt despre bucuria duhovnicească, Editura Eikon, Cluj-Napoca, 2003,  pp. 131-132)