El amor de Dios nos purifica del pecado
Nuestro piadoso Padre Celestial purifica a los pecadores que claman a Él desde su miseria. Finalmente, solamende Él, como Dios Vivo, puede perdonar los pecados y eliminarlos de nuestra vida.
La purificación es sanar la herida. Una vez el hombre se arrepiente sinceramente de sus pecados, manifiesta dos anhelos: borrar, de alguna manera, las negras faltas que cometió en el pasado, y no volver a pecar jamás. Pero ¿cómo puede hacer el hombre para borrar los pecados que obró en el lejano pasado, en unos tiempos que no volverán más?
Pensemos en un lago que se extiende ante nuestros ojos. ¿Puede un hombre que está en esta orilla, lavar un lienzo que se halla en la otra? Los días pasados ya no se encuentran bajo nuestro control, porque ahora es Dios quien los guarda. Y solamente el Dios Único y Omnisciente puede lavar y blanquear nuestros pretéritos días negros. Solamente Dios puede perdonar los pecados y eliminarlos de nuestra vida. La purificación de los pecados es algo que obra Dios Mismo, por medio de Su Santo Espíritu.
En verdad, el Señor realiza amorosamente la purificación de todos aquellos que se lo piden. Tal como una madre lava con delicadeza y alegría a su hijo que ha caído en el fango y se ha ensuciado, y que viene llorando, implorándole que lo bañe para estar limpio, así también nuestro piadoso Padre Celestial purifica a los pecadores que claman a Él desde su miseria. Finalmente, solamende Él, como Dios Vivo, puede perdonar los pecados y eliminarlos de nuestra vida. Solamente Él puede dejar nuestra alma blanca como la nieve, como dice el salmista. Pero nuestro Buen Dios también nos ordenó esforzarnos según nuestras fuerzas y entendimiento. El Hijo de Dios manifestó con suficiente claridad qué es lo que desea la santa voluntad de Dios para que la nuestre actúe y dé frutos.
Dicho esto, esforcémonos con el ayuno, la oración, el llanto de contrición, el perdón de los pecados de los demás, la templanza, la pureza de cuerpo y alma, el pensamiento dirigido a Dios, el recuerdo de la muerte y del Juicio de Dios, pensando en la felicidad eterna del justo y los terribles tormentos que le esperan al pecador en el infierno, y con todos los demás mandamientos evangélicos, explicados y ejemplificados por los Santos Padres de la Iglesia. Todo esto, todo, sirve para limpiar al alma de sus pecados.
(Traducido de: Sfântul Nicolae Velimirovici, Episcopul Ohridei și Jicei, Cele IV așezăminte ale Sfântului Naum al Ohridei, traducere de Valentin-Petre Lică, Editura Predania, București, 2008, pp. 22-23)