El amor de la Madre del Señor es un don para cada uno de nosotros
¡Si tan sólo supiéramos cuánto ama la Santísima Madre de Dios a quienes respetan los mandamientos de Cristo, y cuánto sufre por aquellos que no se corrigen!
¡Si tan sólo supiéramos cuánto ama la Santísima Madre de Dios a quienes respetan los mandamientos de Cristo, y cuánto sufre por aquellos que no se corrigen! Yo mismo he experimentado esto que les digo. No miento, les digo la verdad, ante Dios, a Quien mi alma conoce: con mi espíritu he llegado a conocer a la Santísima Virgen. No es que la haya visto, pero el Espíritu Santo me ha permitido conocerla y a su amor por nosotros. Si no fuera por su misericordia, yo estaría muerto desde hace mucho tiempo, pero ella quiso considerarme e iluminarme para que dejara de pecar. Y me dijo: “¡No me resulta agradable ver lo que haces!”. Sus palabras fueron serenas, dulces y mansas, y tuvieron un efecto importante en mi alma. Han pasado más de cuarenta años, pero mi alma aún no puede olvidar esas tiernas palabras y no sé qué podría dar a cambio yo, pecador, por su amor hacia mí, tan indigno, y cómo podría agradecerle a la piadosa Madre del Señor.
En verdad, ella es nuestra protectora y su solo nombre nos alegra el alma. Cielos y tierra se gozan de su amor. ¡Qué cosa tan maravillosa, pero difícil de entender! Ella mora en los Cielos y contempla la gloria de Dios, pero sin olvidarnos a nosotros, tan débiles, y cubre con su protección a pueblos y naciones. ¡Y a esta Santísima Madre Suya nos la dejó el Señor! Ella es nuestra alegría y esperanza. Ella es nuestra Madre por el espíritu y, como personas, está cerca de nosotros siempre, y toda alma cristiana es atraída hacia ella con amor.
(Traducido de: Sfântul Siluan Athonitul, Între iadul deznădejdii și iadul smereniei, Editura Deisis, Sibiu, 2001, p. 174)