El amor a Dios, al prójimo y a ti mismo
Cada persona ama de acuerdo a sus posibilidades, en su entorno, en función de las motivaciones que tiene para amar.
Cada uno de nosotros tiene la capacidad de amar; así fue creado el ser humano, con el atributo del amor. Cada persona ama de acuerdo a sus posibilidades, en su entorno, en función de las motivaciones que tiene para amar. Luego, cada hombre ama, sólo que no siempre de acuerdo al mandamiento de Dios. ¿Cuál es ese mandamiento? “Amarás a Dios tu Señor con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas, y a tu prójimo como a ti mismo”. ¿Cuál es la medida del amor a Dios? La medida del amor a Dios, me alegraría que lo retuvieran, es amar sin medida. El amor a Dios no tiene ninguna medida. Es decir, no hay cómo medirlo. Aunque, en realidad, hay un límite al amor: tu capacidad de amar. En donde termina tu fuerza de amar, allí también termina la medida de tu amor a Dios. Sin embargo, hablando en general, el amor a Dios no tiene medida, es un amor sin medida.
En lo que respecta al amor al prójimo, su medida es el amor que sientes por ti mismo. En realidad, amados fieles, no sé ni cómo es, ni quién es, ni dónde se halla ése que es capaz de amar a su semejante como a sí mismo. ¿Por qué? Porque en la mayoría de los casos, no nos orientamos según el mandamiento de Dios, sino que manifestamos nuestro amor de forma espontánea, es decir, tal como nos viene. Hay alguien que nos cae bien y le amamos. No nos cae bien, no le amamos, lo evitamos, hasta le apartamos, porque no nos interesa su valor como persona. ¿Por qué? Porque no tenemos el amor de acuerdo al mandamiento. ¿Pero qué clase de amor tenemos? Tenemos un amor improvisado, que utilizamos sin pensar que Dios nos pide más de lo que en realidad hacemos; o, si verdaderamente amamos como nos fue mandado, deberíamos agregar algo más, hacer algo más.
(Traducido de: Arhim. Teofil Părăian, Bucuriile credinței, Editura Mitropoliei Olteniei, pp. 208-209)