Desde un punto de vista cristiano, no es posible concebir un amor sin verdad, ni verdad sin amor. Cuando amas sin que te interese la verdad, no amas en verdad. Este “amor” puede ser simple cortesía, diplomacia, un vínculo emocional y cualquier otra cosa, pero amor, amor de Cristo, eso sí que no es. Y cuando tienes las verdad pero no amas, no vives en verdad. Es posible tener altos conocimientos sobre la verdad, ya puedes creer en quién sabe qué dogma correcto, que en nada te diferenciarás de los demonios. Porque “también los demonios creen y se estremecen” (Santiago 2, 19), ¡pero no tienen cómo salvarse! El verdadero creyente, quien sigue las enseñanzas del Señor en todo, ama a todos sus semejantes, incluso a quiens pertenecen a otras creencias, así como a los ateos y a quienes se oponen a Dios. Precisamente porque ama a todos, siente “gran tristeza y un incesante dolor en el corazón” (Romanos 9, 2), porque todos ellos están lejos de la verdad redentora. El “cristiano” que no tiene amor es como “bronce que resuena o campana que retiñe” (I Corintios 13, 1).

(Traducido de: Arhimandritul Epifanie Theodoropulos, Cele două extreme: ecumenismul și stilismul, traducere din limba greacă de Ieroschim. Ștefan Nuțescu și Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Evanghelismos, București, 2006, p. 59)