Palabras de espiritualidad

El amor, si es impaciente, pretencioso y dominante, hastía

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

No amamos incondicionalmente, sino calculadamente y con pensamientos ocultos. Ponemos demasiadas condiciones a nuestro amor.

Un corazón de piedra no puede ser cultivado y llegar a conocer a Dios. A menudo decimos “yo amo a todo el mundo”, pero no amamos a nuestra esposa o a nuestro hijo, porque no se comportan de la forma que deseamos. No amamos incondicionalmente, sino calculadamente y con pensamientos ocultos. Ponemos demasiadas condiciones a nuestro amor. Imagínense qué pasaría si Dios hiciera lo mismo con nosotros e hiciera justicia con nosotros. No es posible amar verdaderamente si no somos pacientes, si no cedemos, si no esperamos y si nos mantenemos en constante oposición. No es posible amar y quejarse ante el más pequeño de los contratiempos, llorar, protestar y gritar. Cuando alguien se acostumbra a semejante atmósfera, se enfría y deja de estar atento a las palabras buenas. ¿No es así? ¿Estoy exagerando? San Pablo dice que debemos descansarnos mutuamente y ayudarnos con nuestras cargas. ¿Pero lo hacemos? ¿Somos cristianos verdaderos? ¡Y luego nos asombra por qué no tenemos paz y alegría, por qué Cristo no nos habla al corazón!

Demostramos que somos buenos cristianos, no cuando recibimos elogios, sino cuando los demás nos enfadan, cuando las cosas no salen como quisiéramos, cuando nadie nos reconoce, cuando no somos tomados en cuenta. Y aunque —a veces— toleramos un recibir algún pequeño disgusto, si se trata de algo más grande, entonces nos cuesta. Decimos “perdón”, pero en el fondo de nuestro corazón somos incapaces de perdonar. Algunas veces decimos “perdón”, sólo para demostrar que somos buenos y para que los demás nos amen más. Otras veces damos muestra de un poco de paciencia, pero no por mucho tiempo. Y nos justificamos: “¡Que también él (o ella) haga algo, que al menos mueva un dedo, porque sólo yo lo hago todo... pero también yo soy humano!”. ¿Acaso no decimos esto? Ahora piensen qué pasaría si Dios dijera: “Ya me harté de ser paciente con los pecados de fulano. ¡Me voy!”.

Perdónenme, amados míos, por las siguientes palabras: nuestro amor es débil, efímero e interesado. Hablamos de “esos a quienes amamos”, pero no los amamos como son. Queremos forzarlos a ser eso que quiséramos que fueran. ¡Pero eso es infelicidad, no amor! Se trata de un amor enfermo, sin alma, calculador, merecedor de todo reproche y rechazo. Es un tormento y no te libera, sino que te tortura y no te ofrece descanso. El amor, si es impaciente, pretencioso y dominante, hastía. No es un amor que consuela, lleno de sensatez, nobleza, belleza y compasión. Qué triste. El amor no puede ser tiránico, autoritario, celoso, carente de alegría. No podemos amar a alguien y, al mismo tiempo, coaccionarlo sin cesar, hacerle observaciones a cada paso que da, “corrigiéndolo”, especialmente frente a los demás. Imagínense, qué absurdo: ¡hacer sufrir a alguien, precisamente porque lo amamos! Algunos llegan a creer que sólo ellos saben amar y que su forma de amar es verdadero amor. Pero provocarle dolor al otro y mantenerlo atado, no es amor en absoluto, sino egoísmo del más puro.

(Traducido de: Moise Aghioritul, Pathoktonia[Omorârea patimilor], Ed. Εν πλω, Atena, 2011)

 

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