El ángel al que Dios le encomendó protegernos
Pensando en esas cosas, es como si oyeras pasos de ángeles y percibieras un cierto aleteo a tu alrededor… Todo se ilumina y el aire que te rodea parece más fresco, mientras tu corazón se llena de un júbilo sin fin.
¡Me alegra mucho escuchar a alguien hablar de los ángeles! Siento un gozo indescriptible en mi corazón, con solo oír a alguien mencionar a estas inefables criaturas. Y entonces pienso en una belleza que no puede expresarse con palabras, en fascinantes arboledas, en extraordinarios sucesos que aparecen en los relatos que les leemos a los niños. Y, así, pensando en esas cosas, es como si oyeras pasos de ángeles y percibieras un cierto aleteo a tu alrededor… Todo se ilumina y el aire que te rodea parece más fresco, mientras tu corazón se llena de un júbilo sin fin.
Esta es una muestra más del hecho que todos tenemos un ángel guardián, un enviado de Dios. Además, nuestro Señor Jesucristo dice lo siguiente, sobre nuestra partida a la eternidad: “Ya no pueden morir, pues son como los ángeles, hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección” (Lucas 20, 36). El hombre es una creación de Dios, Su obra culmen. ¡Cuando entendamos esto, nos comportaremos en consecuencia, y nuestro ángel custodio no nos abandonará jamás! ¡Que Dios llene de consuelo nuestros corazones y nos fortalezca en toda buena palabra y toda buena acción!
(Traducido de: IPS Calinic Argatu, episcop al Argeșului și Muscelului, Veșnicia de zi cu zi, Editura Curtea Veche, București, 2006, p. 22)