Palabras de espiritualidad

El arrepentimiento es una tarea de Dios con nosotros y en nosotros

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

El Sacramento de la Contrición no es tan sólo una experiencia de la propia debilidad y desintegración, sino también del amor taumaturgo de Dios.

Desde que percibimos la Confesión como un acto más de Cristo que nuestro, empezamos a verla también desde una luz sensiblemente más positiva. No es ya tan sólo una experiencia de la propia debilidad y desintegración, sino también del amor taumaturgo de Dios. Dejamos de ver al hijo pródigo arrastrándose, lentamente y con esfuerzo, en el camino de regreso a casa, sino también al padre que le ve desde la lejanía y corre a su encuentro. (cf. Lucas 15, 20). Como escribe Tito Colliander: “Si damos un paso hacia Dios, Él dará diez hacia nosotros”. Es exactamente lo que vivimos en el Sacramento de la Confesión. Al igual que los demás sacramentos, la Confesión es un trabajo conjunto entre lo divino y lo humano, una convergencia y una forma de cooperación (sinergia) entre la gracia de Dios y el libre albedrío. Ambos son necesarios, pero el obrar de Dios es el más importante.

El arrepentimiento y la Confesión no son, entonces, simplemente algo que hacemos tan sólo con la ayuda del sacerdote, sino una obra que Dios hace con nosotros y en nosotros. Como dice San Juan Crisóstomo (sec. IV) “Sepamos administrar la medicina salvadora de la contrición; recibamos de Dios ese arrepentimiento que sana. Porque nosotros no ofrecemos nada, es Él quien nos da”. Debemos recordar que, en griego, la palabra exomologesis significa, al mismo tiempo, confesión de los pecados y agradecimiento por los dones recibidos.

(Traducido de: Episcop Kallistos Ware, Împărăţia lăuntrică, Editura Christiana, 1996, pp. 54-55)

 

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