Palabras de espiritualidad

El auténtico rol de la familia cristiana

    • Foto: Oana Nechifor

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El rol de la familia no es el de olvidarse de Dios y del sacrificio hasta la muerte. Ni odiar y abortar a sus hijos. Ni cuidarse para evitar tener mucha descendencia. No es el de divorciarse y cambiar de cónyuge según lo que nos dicte la cabeza, de una forma peor que los paganos.

La familia es la célula de la vida en el mundo, el primer asentamiento entre Dios y el hombre, la más antigua comunidad humana fundada por el Padre Celestial, según el modelo místico de la Santísima Trinidad: “No es bueno que el hombre esté solo; hagámosle una ayuda apropiada” (Génesis 2,18).

¿Hemos visto cómo el hombre fue creado por Dios para que viviera en comunidad, en familia? Es decir, en comunión con Dios, pero también con Su creación, empezando por la la mujer. La mujer es esposa, es mamá, es compañera de vida y apoyo del hombre, pero también él lo es para su esposa, en la lucha por la vida, en la crianza de los hijos, en la enfermedad y las aflicciones, desde la boda y hasta la muerte.

El hombre en soledad da frutos con más trabajo, pero más duraderos. Da frutos y se perfecciona solamente a sí mismo, como sucede con aquellos que renuncian a casarse, por ejemplo, los jóvenes y las jóvenes que eligen el camino del monasterio, y los ancianos y ancianas viudos que deciden vivir en pureza. Todos ellos crecen espiritualmente en la misma medida que oran y se sacrifican por amor a Cristo, ayudando como puedan a sus semejantes.

Por su parte, los casados pueden engendrar vida natural, es decir, niños, por medio de los cuales se perpetúa la vida en este mundo. Así pues, este es el gran propósito de la familia: la procreación y la crianza de los niños en el amor y el temor de Dios.

¿Hemos visto lo que es la familia? ¿Hemos entendido que la familia fue fundada por Dios en el Paraíso, teniendo como sacerdote y testigo a Dios mismo? ¿Hemos visto qué rol tan importante tiene la familia? Y no es el de acumular riquezas. Ni el de caer en el desenfreno y la embriaguez. Mucho menos se trata de deleitarse con banquetes o con el lujo de las vestimentas. Tampoco es el de olvidarse de Dios y del sacrificio hasta la muerte. No es el de odiar y abortar a sus hijos. Ni de cuidarse para evitar tener mucha descendencia. No es el de divorciarse y cambiar de cónyuge según lo que nos dicte la cabeza, de una forma peor que los paganos. Tampoco es el de apartarnos de Dios, de ausentarnos de los oficios litúrgicos, o de caer en la falta de fe y en el olvido de nuestra propia muerte, que actualmente mata a tantos cristianos. Al contrario, el matrimonio cumple las disposiciones de Dios únicamente por medio de la procreación y el apoyo mutuo en las aflicciones de la vida. Además, con la continencia en los placeres, la buena educación de los hijos en la fe correcta, la caridad para con los más necesitados y el cumplimiento de los mandamientos divinos. ¡Tal es el verdadero propósito de la familia cristiana!

(Traducido de: Părintele Ioanichie Bălan, Cuvinte duhovnicești I, Editura Episcopiei Romanului și Hușilor, p. 17-18)