El auxilio que vino con el primer vuelo...
En la inmensidad del aeropuerto de Nueva York, después de haber recibido el envío, doña Atanasia no consigue contener el llanto. Siente que ha recibido al mismísimo santo y le pide con fervor la salud de su esposo.
En uno de los grandes hospitales de Nueva York, todo está listo para la intervención quirúrgica del señor George Scura, ciudadano americano de origen griego, que tiene un tumor del tamaño de una manzana en un pulmón. No obstante, Atanasia, su esposa, solicita que la operación se pospoga al menos por dos días.
¿Qué sucede? Que repentinamente sintió la necesidad de darle a su esposo, antes de ser operado, algunas gotitas de aghiasma (agua bendita) y un poco de aceite de la vela que permanece encendida frente al cofre con las reliquias de San Juan el Ruso. Así, coge el teléfono y llama directamente a la iglesia de San Juan, en Grecia, para suplicarle al párroco que le envíe el aceite y la aghiasma. Dicho y hecho: el primer vuelo proveniente de Grecia trae un paquete para la señora Scura, en cuyo interior hay dos frasquitos que contienen aquello que pidió.
En la inmensidad del aeropuerto de Nueva York, después de haber recibido el envío, doña Atanasia no consigue contener el llanto. Siente que ha recibido al mismísimo santo y le pide con fervor la salud de su esposo. Más tarde, el señor Scura verá, también con los ojos llenos de lágrimas, cómo su esposa le ofrece delicadamente y con amor aquellas bendiciones (la aghiasma y el óleo) recibidas de Grecia. Poco después, doña Atanasia se dirige al director del hospital y le pide que se repitan los análisis de su esposo. Asombrado por la insistencia de aquella mujer, ordena que se le haga una radioscopía simple al señor Scura.
¿Qué es lo que sigue? ¡Que el milagro que había mantenido vivas las esperanzas de aquella mujer, ha ocurrido en realidad! Atónitos, los médicos comprueban que una segunda radiografía es incapaz de mostrar algún rastro de aquel tumor. Deliberando entre ellos, intentan encontrar una respuesta científica al milagro que acaba de tener lugar ante sus ojos.
“No existe explicación científica para el milagro obrado por San Juan”, afirma convencida la señora Scura, feliz porque su compañero de vida ha vuelto al seno de la familia, a su trabajo, agradeciéndole día y noche a Dios y a todos Sus santos.
(Traducido de: Sfântul Ioan Rusul – mărturii contemporane ale Iubirii lui Dumnezeu, Traducere de Ieromonah Evloghie Munteanu, Cristina Băcanu, Editată de Mănăstirea Crasna, jud. Prahova, 2004, pp. 34-35)