El buen camino de la humildad
“¡Apresúrate y ábreme Tus brazos paternos, porque he malgastado mi vida en el desenfreno! Y, ahora que anhelo la inagotable riqueza de Tu misericordia, Señor, no ignores mi empobrecido corazón, porque a Ti, Señor, con humildad clamo:¡He pecado, Padre, contra el Cielo y contra Ti!”.
¡Cuánto hay en el mundo actual de la Parábola del Hijo pródigo! La humanidad se ha alejado de Dios. Se ha ido a vivir a la lejana tierra del pecado y ha malgastado toda la herencia paterna, los dones de Dios, en placeres y desenfreno. El hombre anhela ser feliz, verse libre de tribulaciones y sufrimiento, para regocijarse y vivir muchos años… pero lejos de la casa paterna. Y ha llegado a hacerse esclavo de las peores pasiones, languidenciendo por causa de su hambre espiritual, desnudo y lleno de oprobio. ¿Será capaz de volver en sí? ¿Podrá darse cuenta de que “hasta los sirvientes del Padre comen en abundancia” y decidir: “¡Ahora mismo me levantaré y volveré con mi Padre!”?
Este es el único camino que lleva a la casa paterna.
“¡Apresúrate y ábreme Tus brazos paternos, porque he malgastado mi vida en el desenfreno! Y, ahora que anhelo la inagotable riqueza de Tu misericordia, Señor, no ignores mi empobrecido corazón, porque a Ti, Señor, con humildad clamo:¡He pecado, Padre, contra el Cielo y contra Ti!”. Este es el buen camino de la humildad, mismo que nos enseñó el publicano y que nos otorga inconmensurables dones: la obtención del perdón, la posibilidad de volver al estado original, la filiación con Dios, la fuerza en contra del mal y la perseverancia en el camino de la virtud.
(Traducido de: Protosinghelul Petroniu Tănase, Ușile Pocăinței, Editura Mitropoliei Moldovei și Bucovinei, Iași, 1994, pp. 21-22)