El camino del pecado
Alcé mis manos y mis ojos al cielo, y quise empezar a orar por su alma. Pero los astutos demonios, viendo lo que me disponía a hacer, vinieron a mí cual nube de mosquitos y empezaron a picarme en las manos...
En una oportunidad vi a un hombre caminando por la ancha senda del pecado. Entonces se me abrieron los ojos del alma y vi a su alrededor unos treinta demonios: unos zumbaban ante él como moscas, otros lo hacían merodeando sus oídos, y otros le tenían atado por los pies y el cuello, y lo arrastraban trabajosamente de aquí para allá. Viendo esto, mis ojos se llenaron de lágrimas, y traté de entender qué eran esas cuerdas con las que tenían atado a aquel hombre. Y entonces Dios me reveló que cada una de ellas representaba una clase de pecado. Los demonios que revoloteaban alrededor de los oídos del hombre le susurraban pensamientos de desesperanza, en tanto que los otros, los que parecían moscas, lo incitaban a ser grosero e insolente.
En ese momento noté que alguien venía detrás, un poco a la distancia, sosteniendo en la mano una suerte de bastón de madera que en uno de sus extremos tenía un hermoso lirio. Era el ángel custodio del pobre hombre, quien parecía apesadumbrado y triste, avanzando cabizbajo. Toda su tristeza era provocada por aquel hombre. Lo veía engullido por las fauces del infierno, al haberse dejado someter por toda clase de pecados. Alcé mis manos y mis ojos al cielo, y quise empezar a orar por su alma. Pero los astutos demonios, viendo lo que me disponía a hacer, vinieron a mí cual nube de mosquitos y empezaron a picarme en las manos, creyendo que así podrían impedirme seguir pidiendo por aquel hombre.
(Traducido de: Un episcop ascet, Viața și învâțâturile Sfântului Ierarh Nifon, Ed. Mănăstirea Sihăstria, 2010, p. 42)