El castigo a un hombre que blasfemaba
Dios dispuso que aquel hombre tuviera que sufrir para poder volver a la contrición y dejar de blasfemar para siempre.
En una aldea de la isla de Corfú sucedió, hace mucho tiempo, algo completamente extraordinario, de lo cual puede extraerse una gran enseñanza. En una casa vivía una joven pareja con su hijo recién nacido. Un día de esos, el hombre salió al balcón a distraerse un rato, pero, como era su —mala— costumbre, empezó a blasfemar contra todo lo santo. Entonces, en ese mismo instnte se le apareció un grupo de demonios, que lo tomaron en brazos y se lo llevaron a una cueva en las afueras del lugar. Parece que en aquel lugar moraban esos malos espíritus.
El hombre fue retenido por los demonios durante algunos días, atormentándolo cruelmente y haciéndolo pasar hambre y frío. Tal parece que, con sus blasfemias, les había otorgado muchas prerrogativas a los demonios. Era un hombre muy pecador y nunca se había confesado; por eso, aquellos espíritus empezaron a recordarle todas y cada una de sus faltas. Le mencionaron hasta la basura que barría los domingos, porque también eso es pecado.
Finalmente, lleno de arrepentimiento, el hombre comenzó a orar y a pedir el auxilio de San Espiridón. En ese instante el santo apareció en la cueva, inundándola de luz. Se acercó a los demonios y les dio un pliego, como una sentencia, instándolos a liberar al hombre. Inmediatamente lo tomaron en brazos, lo alzaron y lo llevaron de vuelta a su casa, en donde habría de relatar, estremecido, todo lo ocurrido. Dios dispuso que aquel hombre tuviera que sufrir para poder volver a la contrición y dejar de blasfemar para siempre.
Fuente: marturieathonita.ro/pedepsirea-hulitorului/