El cristiano verdadero es un ejemplo de humildad
Mientras más alto sea el edificio que queremos construir, más profundos deben ser sus cimientos. Lo mismo ocurre con la vida espiriual. Mientras más alto queramos llegar, más profundamente debemos humillarnos.
Nuestro Señor Jesucristo, Quien vino a ‟deshacer las obras del demonio” (I Juan 3, 8), nos heredó, con Su humildad, el arma más poderosa en contra de los espíritus impuros. Ciertamente, toda la vida terrenal del Señor es un maravilloso ejemplo de una inédita humildad. Pensemos en Su descenso del Trono celestial a este mundo pecador, Su nacimiento en un pesebre, Su tranquila infancia en el pequeño pueblo de Nazaret, Su obediencia sin ambages a los demás, Su perfecto servicio a todos, hasta llegar a la entrega de Sí Mismo —como al lavar los pies de Sus discípulos—, Su Pasión y Su muerte en la Cruz. Todo esto da fe de Su inmensa humildad. Pero esta humildad del Señor también nos obliga a nosotros a imitarle: ‟Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como Yo he hecho con vosotros” (Juan 13, 15) les dijo a Sus discípulos, después de lavarles los pies.
Aquel que se humilla, pone el mejor cimiento para su vida espiritual-moral. Si el hombre se adentra en el camino del sacrificio espiritual, sin humildad y lleno de orgullo, tarde o temprano caerá. Solamente el esfuerzo y los sacrificios fundamentados en la más profunda humildad son firmes y no ceden. Mientras más alto sea el edificio que queremos construir, más profundos deben ser sus cimientos. Lo mismo ocurre con la vida espiriual. Mientras más alto queramos llegar, más profundamente debemos humillarnos.
El poder del demonio reside en el orgullo, pero también en este está su perdición. Él es poderoso con su orgullo, pero solamente ante los orgullosos, porque solamente sobre estos tiene poder. Ante los humildes, su orgullo se demuestra impotente. El hielo puede ser muy duro y resistente, pero solamente en donde hay frío. Si sale el sol y lo calienta, empezará a derretirse. También la soberbia del astuto es inútil ante la acogedora humidad de los que en verdad son agradables a Dios. Con su humildad, estos demuestran ser los luchadores más valientes. ¿Es que no hay valor más grande que ser insultado y no responder, sino perdonar y vencer el mal con el bien? (Romanos 12, 21)
(Traducido de: Arhimandritul Serafim Alexiev, Viața duhovnicească a Creștinului Ortodox, Editura Predania, București, 2010, pp. 16-17)