El cristiano virtuoso
El hombre lleno de virtud es verdaderamente feliz, porque Dios ha llenado su corazón de gozo y alegría.
El cristiano virtuoso es bienaventurado, precisamente porque ha reunido en su interior toda la riqueza gratífica de Dios y ha alcanzado la felicidad en este mundo, que es la promesa de la celestial. La felicidad, como fruto de la Gracia del Espíritu Santo, puede otorgarla solamente la virtud cristiana, y se halla solamente en el cristiano enriquecido espiritualmente, porque en medio de su corazón ha puesto su trono y en su pecho ha hecho una morada. Dios hizo que la felicidad del virtuoso fuera una riqueza que nadie le puede quitar, rebosando su corazón y otorgándole Su don. (Esta felicidad) es algo que nada de lo perverso de este mundo podría dañar, ni puede ser influenciada por las cosas terrenales, que son siempre cambiantes y perecederas. Nada de esto podría destruir la felicidad que mora en el corazón. Esta felicidad es la riqueza de los virtuosos; por eso, quienes carecen de ella y quienes están desvestidos de la Gracia de Dios —es decir, quienes tienen el corazón vacío de este bien tan deseado, quienes no sienten su corazón estremecerse debido a la presencia en misterio de la Gracia y de esta felicidad, y quienes buscan sólo afuera de su corazón la forma de alcanzarla y acecharla— se asemejan a esos que quieren cazar su propia sombra, sin conseguirlo.
El hombre lleno de virtud es verdaderamente feliz, porque Dios ha llenado su corazón de gozo y alegría. El hombre lleno de virtud es verdaderamente feliz, porque, hallando descanso en la paz de su alma, permanece inmutable y es capaz de vivir con serenidad, cumpliendo con devoción y amor los deberes de su misión. Practica el bien, la belleza y la justicia, busca la verdad y se esfuerza con tesón en hacerla reinar. Su alma se deleita en sus acciones, porque son agradables a Dios. Lucha sin descanso en realizar el bien y se afana con todas sus fuerzas en manifestarlo, haciéndose útil a los demás. La inefable belleza del bien perfecto enseñorea en su alma y domina su corazón. Día y noche piensa en lo que Dios quiere, en lo que es el bien y la perfección. En sus oraciones le pide a Dios que el bien reine. Invoca siempre la ayuda de la fuerza divina, con tal de realizar las buenas acciones que le dicta su corazón. Anhela lo bello, porque es lo único que ama y porque con éste se endulza, hallando en él la retribución de su trabajo. Desea el bien, porque su corazón suspira por él y en él se siente pleno. Desea la verdad, porque la verdad es lo que único que es vivificador. Y, ya que el bien es lo único que le atrae, el cristiano verdadero que busca la virtud es, en verdad, un hombre feliz.
(Traducido de: Monahul Teoclit Dionisiatul, Sfântul Nectarie din Eghina Făcătorul de minuni, Editura Sophia, p. 222)