El deber de cuidarnos de toda tentación
El anciano dijo: Mantén la guardia en alto, tanto adentro como afuera.
Muchas veces, el abbá Pimeno decía:
—No necesitamos nada más que tener una mente despierta.
Contaba también el abbá Pimeno, que un hermano le preguntó lo siguiente al abbá Simón:
—Si salgo de mi celda y veo a mi hermano conversando, también yo me detengo a conversar. Si lo veo riendo, también yo me río con él. Luego, al volver a mi celda, mi paz interior ha desaparecido…
Y el anciano le dijo:
—¿Acaso querías volver a tu celda como eras antes, si, al salir, te detienes a reír con los demás y a hablar con otros?
Respondió el hermano:
—¿No es posible?
Y el anciano le dijo:
—Mantén la guardia en alto, tanto adentro como afuera.
Otro día, dijo el abbá Pimeno:
—Estos dos pensamientos, el del desenfreno y el de juzgar a los demás, no tienen que ser manifestados por el hombre ni pensados con su corazón, porque si se permite pensarlos en su corazón, así sea en una medida insignificante, no obtendrá nada bueno. Pero si los rechaza y los expulsa, conservará su paz.
Un hermano le dijo al abbá Pimeno:
—Mi cuerpo se ha ido debilitando, pero mis pasiones siguen igual de fuertes.
Y el anciano le respondió:
—Las pasiones son rosas con espinas.
(Traducido de: Patericul, ediția a IV-a, revizuită, Editura Reîntregirea, Alba-Iulia, 2004, pp. 199-202)