El desenfreno arroja lejos de Dios a quienes le sirven
El desenfreno aleja a los hombres de Dios. El desenfreno inutiliza los ojos de los sentimientos y de la mente. El desenfreno es la oscuridad del alma y enturbiamiento del cuerpo. El desenfreno ama la oscuridad y odia la luz, porque “el que actúa mal odia la luz”.
El desenfreno arroja lejos de Dios a quienes le sirven. El desenfreno es perder a Dios y destruirse a uno mismo. “Los que se alejan de Ti se pierden”. [1]. El desenfreno es petrificar el alma y enceguecer la mente. El desenfreo aleja a los hombres de Dios. El desenfreno inutiliza los ojos de los sentimientos y de la mente. El desenfreno es la oscuridad del alma y enturbiamiento del cuerpo. El desenfreno ama la oscuridad y odia la luz, porque “el que actúa mal odia la luz”[2]. El desenfreno llena todo con su pestilencia y aleja la agradable fragancia que había antes. El desenfreno es alimento para la artera larva, carente de vida eterna.
El desenfreno es padre de la insensatez, del robo, de la mentira, del juramento falso, de la avaricia, de la acedia, de la ira y la tristeza; es el antepasado y tutor de muchos males más. Pero para no extenderme tanto, les hablaré con la verdad. El desenfreno, cuando no hay contrición y confesión, lleva al alejamiento de Dios y a ser condenados, porque “Dios castigará a los licenciosos y a los que cometen adulterio.” [3]. El desenfreno es renunciar a la vida y matar el alma; es el inicio de la tristeza infinita. Si todo esto caracteriza al desenfreno, ¿qué podría decirse de los adúlteros y de los que tienen contacto carnal con otros varones y con animales, quienes serán castigados de forma similar que los asesinos, de acuerdo a San Basilio el Grande [4]? Pero no quiero hablar más sobre esto, porque no soportaría ensuciar esta epístola con tales asuntos. Y quien desee saber más sobre estas perversiones, que se dirija a aquel que dice: “Los habitantes de Sodoma eran malos y pecadores ante Dios”. [5], “que la muerte los sorprenda, que bajen vivos al lugar de los muertos.” [6] y sus ciudades, que alguna vez fueron como el jardín del Edén [7], ahora son como un mar de fuego de Persia, del que brota fango y azufre [8], y su tierra no es sino polvo y ceniza. Esto, para quien quiera entender la medida de la perversión y suciedad de este horrible pecado.
(Traducido de: Sfântul Neofit Zăvorâtul din Cipru, Scrieri II)
[4] San Basilio el Grande, Epistola 188, 7, PG 32, 673BC (Courtonne, II, p. 126.)