El doctor dijo: “¡Vengan a ver el milagro del siglo!”
¡Le agradezco, desde lo profundo de mi corazón, a Dios Todopoderoso, Quien está con nosotros y les concede a los santos el poder de obrar milagros y protegernos en estos tiempos tan difíciles que vivimos!
«Quiero agradecer a Dios y a San Efrén por el milagro que me permitieron vivir. Era el año 2001 y yo estaba embarazada. Todo iba bien con la gestación, y los médicos me dijeron que el parto sería aproximadamente el 29 de diciembre. Ese día, cuando llegué al hospital, me examinaron y me dijeron que esperara una semana más. El 2 de enero de 2002 me desperté con el dolor de las primeras contracciones. Más tarde, en el hospital, la enfermera que me atendió me pidió que me preparara, porque había llegado el momento del alumbramiento.
Al día siguiente di a luz a mi hijo, en el día del descubrimiento de las reliquias del Santo Mártir Efrén de Nea Makri. Por falta de oxígeno, el pequeñito nació con un color amoratado y lloró al menos durante media hora. Había sufrido de apnea, pero no lo pusieron en una incubadora para ayudarlo con el oxígeno, porque también había tenido algunas convulsiones. Lo llevaron urgentemente al hospital pediátrico “Santa Sofía”, en donde los médicos constataron que tenía un edema cerebral. Yo me sentí desfallecer cuando me informaron de todo esto, porque, además, los médicos no le daban grandes esperanzas de vida. De hecho, nos recomendaron orar para que muriera lo antes posible, con tal de que no sufriera más, porque su organismo había entrado en un estado vegetativo y las convulsiones estaban afectando sus órganos. Su corazoncito latía sin fuerza.
La situación era realmente crítica, y nuestra única esperanza era el auxilio de Dios y de San Efrén, a quien veníamos invocando en nuestras plegarias diaras desde hacía mucho. A los trece días le hicieron otro encefalograma, cuyo resultado no quisieron comunicarme, para no darme falsas esperanzas. Dos días después, me anunciaron que el bebé estaba bien, y que no entendían cómo esto podía ser posible, ya que lo único seguro era que muriera. En este punto es importante mencionar que en esas dos semanas previas, San Efrén se nos había mostrado de distintas maneras.
Una de mis tías soñó que se hallaba en una iglesia que tiene como patrón a San Efrén, y que allí había un niño que lloraba sin parar. Se inclinó hacia él para tranquilizarlo, pero este se levantó y salió caminando. Cuando nos relató ese sueño, mi mamá le pidió que fueran juntas a esa iglesia. De camino, mi mamá se puso a orar, pidiéndole a San Efrén que les diera al menos una señal. Minutos más tarde, en la iglesia, cuando mi mamá encendió una candela, esta se extinguió inmediatamente, por lo cual mi mamá creyó que el bebé moriría pronto. Sin embargo, a los pocos instantes la candela se encendió sola... Entonces entendió que el bebé viviría y que San Efrén lo ayudaría.
El bebé estuvo diecisiete días en terapia intensiva. Después lo trasladaron a un pabellón normal, y a las dos semanas comenzó a alimentarse con leche. Y después me permitieron traérmelo a casa.
El tiempo pasaba y se acercaba el momento de llevarlo a control, luego de dos meses. Unos días antes, otra de mis tías soñó que había venido a visitarnos, acompañada de un joven vestido con una camisa blanca y pantalón negro. Era la primera vez que aquel joven venía a nuestra casa, así que —en el sueño— empecé a mostrársela. Antes de enseñarle los dormitorios, el muchacho entró solo en la habitación del bebé y comenzó a desabrocharse las mangas de la camisa, como para ponerse a trabajar en algo. Mientras yo fui a prepararle algo de comida, mi tía vino a llamarlo, pero el joven le respondió:
—No se preocupe, yo cuidaré del bebé.
Entonces me tranquilicé, entendiendo, a partir del sueño de mi tía, que San Efrén sería el protector de nuestro bebé para toda la vida.
Cuando lo llevamos a control, los médicos dijeron que todo estaba bien. Sin embargo, una profesora universitaria, que en esos días estaba de visita en el hospital, luego de leer el historial del bebé, llamó a sus colegas, diciéndoles:
—¡Vengan a ver el milagro del siglo!
Todo ese sufrimiento habría de dejar una pequeña huella en la salud de mi hijo: tiene problemas de audición en uno de sus oídos, por eso lleva un aparatito que le ayuda a oír bien. ¡Le agradezco, desde lo profundo de mi corazón, a Dios Todopoderoso, Quien está con nosotros y les concede a los santos el poder de obrar milagros y protegernos en estos tiempos tan difíciles que vivimos!».