El egoísmo, un defecto muy peligroso para la salud del alma
Aunque le digas mil veces: “¡Hazte humilde, hombre!”, el pobre no te entenderá. Y no se hará humilde.
Quien tiene un defecto, lo esconde. El defecto le crea un sentimiento de inferioridad, que lo hace buscar la forma de ocultarlo a los demás. Escondiendo ese defecto, la persona esconde también su sentimiento de inferioridad. Un niño, en esta situación, crece y ni siquiera se da cuenta de que tiene un sentimiento de inferioridad. Si tiene también algunas cualidades, se aferra a ellas como un contrapeso, pero queda atrapado en una suerte de trampa.
Digamos que hay alguien que es egoísta, muy egoísta. Es tan egoísta, que cree que de esto depende toda su existencia. Y esto le sucede, porque en el fondo de su ser tiene un sentimiento de inferioridad del que no puede librarse. Ese sentimiento de inferioridad se halla profundamente enraizado en su interior. El individuo asoma su cabeza y siente que existe y que vive, apoyándose en unas cualidades que sí tiene, proyecta ahí su ser y, en consecuencia, es egoísta. Aunque le digas mil veces: “¡Hazte humilde, hombre!”, el pobre no te entenderá. Y no se hará humilde. Cuando le dices que se haga humilde, busca hacer cualquier otra cosa. No ve el egoísmo que hay en su interior.
Y es que el egoísmo es su mismo ser. ¿Y quién quiere matar a su propio ser? Lo que necesita esa persona es que la ayuden a entender lo que le sucede. Si la mente es ágil y la intención es buena, entenderá y exclamará: “¡Ah! ¡Ahora entiendo cómo están las cosas!”.
(Traducido de: Arhim. Simeon Kraiopoulos, Sufletul meu , temnița mea, Editura Bizantină, p. 95)