El espíritu de la paciencia
La paciencia pura transforma y renueva el alma.
El espíritu de la paciencia es la segunda semilla (la primera es la humildad), que crece en el huerto de la pureza.
Porque si el hombre se humilla y reconoce sus pecados, se da cuenta de cuán merecedor es del castigo de Dios, y no sólo de tormentos terrenales, sino también de suplicios eternos, cual siervo ocioso que ha desobedecido los mandatos de su Señor. Entonces comienza a soportar con paciencia y alegría todos los sufrimientos y pruebas, confiando en la palabra del Señor, que dice, “en este mundo habrán de sufrir” (Juan 16, 33) y “con mucho sufrimiento debemos entrar en el Reino de Dios” (Hechos 1, 22); porque sólo “quien tenga paciencia hasta el final, ése se salvará” (Mateo 24, 13).
Los Santos Padres, exhortándonos con palabras apostólicas, al decir: “los sufrimientos de este mundo no son dignos de la gloria que el Señor ha preparado para los que lo aman”, nos animan con la promesa que, “poco es el esfuerzo y eterno el descanso” (Pïadoso Moisés).
La paciencia pura transforma y renueva el alma, así como aparece ya en los Apotegmas de los Santos Padres:
“Si la cera no es puesta al fuego para que se ablande, no será útil para lacrar. Así también sucede con el hombre: si no es templado por el fuego de las aflicciones, de los esfuerzos, de la enfermedad, de los sufrimientos y de las tentaciones, no podrá recibir en él el sello del Espíritu Santo”.
(Traducido de: Protos. Petroniu Tănase, Ușile pocăinței, Editura Trinitas, p. 50-51)