El fundamento de la contrición
Arrepentirte significa, en otras palabras, reconocer que existen tanto el bien como el mal, el amor y el odio, y afirmar que el bien es más fuerte que el mal, convencido de la victoria final del amor.
Este es el comienzo del arrepentimiento: ver la belleza y no la fealdad. Es darnos cuenta de la gloria de Dios, más allá de nuestra propia miseria. “Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados” (Mateo 5, 4). Estas palabras nos demuestran que el arrepentimiento no consiste solamente en el llanto por nuestras faltas, sino también en el “consuelo” o fortalecimiento que recibimos desde la certeza del perdón divino.
La “sabiduría” —o “renovación de la mente”— que define a la contrición consiste en reconocer que la luz brilla en la oscuridad y que esta no la puede sofocar (cf. Juan 1, 5). Arrepentirte significa, en otras palabras, reconocer que existen tanto el bien como el mal, el amor y el odio, y afirmar que el bien es más fuerte que el mal, convencido de la victoria final del amor.
Se salva aquel que acepta el milagro de que Dios tiene en verdad el poder de perdonarle sus pecados. Y, en la medida en que acepta ese milagro, el pasado pierde su carácter irreversible y deja de ser una carga insufrible. El perdón divino rompe la cadena causa-efecto y desata los nudos que el hombre tiene en su corazón y que no puede desanudar por sí mismo.
(Traducido de: Episcopul Kallistos Ware, Împărăția lăuntrică, Editura Christiana, 1996, pp. 50-51)