El hombre, como la sal...
No fue para esto que te Dios creó: no lo hizo para que vuelvas a la obra pecaminosa de la carne y mueras, sino para que, deseando las bondades celestiales y las bienaventuranzas, te eleves a aquel primer estado: el orden sin pecado dado por Dios.
Tal como la sal nace del agua y, al volver de nuevo al agua, se disuelve en ella y se hace invisible, del mismo modo el ser humano nace para la vida con el cuerpo a través de la mujer y, cuando se une a ella irracionalmente, muere con su alma para Dios. Por eso, habiendo nacido de una unión corporal pecaminosa, no te entregues otra vez al pecado y a la unión carnal, para que no perezcas como la sal. No fue para esto que te Dios creó: no lo hizo para que vuelvas a la obra pecaminosa de la carne y mueras, sino para que, deseando las bondades celestiales y las bienaventuranzas, te eleves a aquel primer estado: el orden sin pecado dado por Dios, y perseveres en él. Agradable es la boda legítima según la carne, pero la pureza y la sabiduría son inconmensurablemente mejores y más gloriosas; pues Adán, desde el principio, fue destinado precisamente a esto: a la pureza y a la sabiduría. Y el matrimonio es permitido ahora por un tiempo breve, solo para aquellos que no desean o no pueden vivir en pureza y comprender lo que es mejor. La pureza, en cambio, permanece por los siglos de los siglos.
(Traducido de: Sfântul Dimitrie al Rostovului, Alfabetul duhovnicesc, Editura Sophia, București, 2007, p. 53)
