El hombre exterior y el hombre interior
La oración también es doble: exterior e interior; una se hace visiblemente y otra en lo secreto.
El hombre está dividido en dos: en el hombre exterior y el hombre interior, el cuerpo y el espíritu. Lo exterior es visible, lo contrario a lo interior, que, de acuerdo al Apóstol Pedro, “radica en la integridad de un alma dulce y apacible” (I Pedro 3, 4). También San Pablo nos explica esa doble naturaleza humana: “aunque nuestro hombre exterior vaya perdiendo, nuestro hombre interior se renueva de día en día” (II Corintios 4, 16). El Apóstol nos habla claramente de un hombre exterior y uno interior. Así, el hombre exterior está conformado por distintos miembros, en tanto que el hombre interior alcanza la perfección con su mente, el discernimiento, el temor de Dios y la Gracia Divina. Los actos del hombre exterior son visibles, en tanto que los del hombre interior quedan ocultos, de acuerdo al salmista: “el hombre es insondable, su corazón es un abismo” (Salmos 63, 7). Lo mismo dice el Apóstol: “¿Qué hombre, en efecto, conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?” (I Corintios 2, 11). Solamente lo sabe Aquel que conoce el corazón y el cuerpo del hombre. Por eso, también la enseñanza es doble: una exterior y otra, interior, en la meditación sobre Dios. La exterior comprende el oficio de hablar, la interior comprende la oración. La exterior se centra en tener una mente aguda, la interior en adquirir el fuego del espíritu. La exterior busca cómo obrar lo bello, la interior se interesa en la contemplación de lo que no se ve. La enseñanza exterior provoca la soberbia (I Corintios 8, 1), mientras que la enseñanza interior nos muestra el camino de la humildad. El conocimiento exterior quiere saberlo todo, en tanto que el conocimiento interior se analiza a sí mismo y no desea nada más que conocer a Dios, para poder declirle, como David: “De Ti mi corazón me ha dicho: 'Busca su rostro'; es Tu rostro, Señor, lo que yo busco” (Salmos 26, 13). Y: “Como la cierva busca corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío” (Salmos 41,1). La oración también es doble: exterior e interior; una se hace visiblemente y otra en lo secreto. Una se hace en asamblea y otra en la soledad. Una se hace por deber y la otra con toda voluntad.
(Traducido de: Sbornicul, Egumenul Hariton, Editura Reîntregirea, volumul 1)