Palabras de espiritualidad

El hombre que se “embriaga” en el Señor

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El hombre deja de sentir el mundo y el esfuerzo, haciéndose insensible ante las tristezas y todo aquello que le agobia.

Cuando en el alma se despierta el deseo natural de vivir junto a Dios, y esa copa del anhelo le da de beber, “embriagándole”, el hombre deja de sentir el mundo y el esfuerzo, haciéndose insensible ante las tristezas y todo aquello que le agobia. El hombre, así, siente como si caminara en el aire, no sobre la tierra, como todos los demás. Y esto, porque ya no observa la dureza del camino y nota que enfrente ya no tiene montañas y valles que atravesar. Porque, como dice Isaías: “Vuélvase lo escabroso llano, y las breñas planicie” (Isaías 40, 4).

Es entonces cuando el hombre deja de sentir el mundo, porque dirige los ojos del alma a su Padre que está en los Cielos. Y su esperanza se vuelve tan fuerte, tan tangible, que le señala, como lo hacemos nosotros con el dedo, a cada instante, lo que se halla lejos y no se puede ver. El hombre lo ve, pues, con el ojo oculto de la fe y de un modo que no podríamos entender inmediatamente. Y, estando su alma llena del fuego del Espíritu Santo, puede ver lo futuro como si fuera ya presente.

(Traducido de: Sfântul Isaac Sirul cel de Dumnezeu-insuflat - Despre ispite, întristări, dureri și răbdare, Editura Evanghelismos, București, 2007, p. 48)

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