Palabras de espiritualidad

El joven y la oración

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

A los jóvenes les pido que no vivan en ensueños, todo el tiempo haciendo videos y tomando fotografías… Tienen que ser personas activas, preparándose para el día de mañana, especialmente por medio de una vida cristiana. No lograrás gran cosa en tu vida, si no oras. ¡Sin el “Padre nuestro”, es poco lo que se puede conseguir!

Padre, ¿cuál es el propósito del estudiante? ¿Cómo tendría que planificar su vida?

—El estudiante es un joven que se está formando para la vida, para Cristo, y necesita aprehender de todas partes lo que es bueno. En primer lugar, de Cristo —en una línea vertical, por medio de la oración—; después, de los sacerdotes que lo forman, de los padres que lo han criado y que le siguen aconsejando. Después, tiene que poner en práctica toda esa formación recibida. Un estudiante aprende, lee, medita, pero no solamente se limita a eso. Tiene que ser un hombre activo, un hombre de sociedad, tiene que conocer —en la medida de sus posiblidades— los problemas sociales, los problemas de la vida, los problemas políticos, no solamente los de índole religiosa, para saber en qué contexto se halla inmerso, ¿no? Con el tiempo, tendrá que formar su propia familia y fundar su propio hogar, sabiendo a dónde dirigir sus pasos. En pocas palabras, no puede ser un ente que vive apartado de la realidad cotidiana del medio en el que se desenvuelve.

Asimismo, tiene que ser un hombre generoso y piadoso. Y esto se demuestra visitando al que sufre, al enfermo, interesándose por sus necesidades, para poder ayudarlo. En esto, el Espíritu Santo le dará las palabras necesarias para consolar al que sufre. Lo importante es que sepa estar con él y participar de su dolor, ya sea llevándole algo que necesita, o cantándole, o llorando con él, o sirviéndole un vaso de agua… ¡Todo eso lo hará un ser mucho más noble!  Si es posible, puede visitar a algún recluso, para entender al que vive privado de su libertad, poniéndose en su lugar, escuchándolo y dándole algún consejo.

El estudiante también tiene que ser laborioso, ocupándose de la tierra de sus ancestros, porque el trabajo del campo te ennoblece, te da verticalidad. De lo contrario, el joven vivirá de una forma anárquica, esperando que otros le den todo ya hecho, ya sea su madre, su padre, sus abuelos o cualquier otra persona que esté cerca de él. Por eso, muchas veces, como pueblo no hemos sabido incorporarnos al orden del mundo, trabajando codo con codo con quienes nos rodean. Esperamos que los demás nos den todo, y por eso nos hemos ido endeudando cada vez más, al punto de tener que mendigar frente a todas las organizaciones mundials. ¡Qué vergonzoso! ¡Nunca antes habíamos vivido de la limosna de otros! Ahora nos corresponde a todos, estudiantes, campesinos y monjes, ponernos manos a la obra y trabajar para salir de esta situación.

A los jóvenes les pido que no vivan en ensueños, todo el tiempo haciendo videos y tomando fotografías… Tienen que ser personas activas, preparándose para el día de mañana, especialmente por medio de una vida cristiana. No lograrás gran cosa en tu vida, si no oras. ¡Sin el “Padre nuestro”, es poco lo que se puede conseguir!

Me acuerdo de un santo asceta, el cual fue visitado por un joven, quien vino a pedirle un consejo. Y lo primero que le dijo el asceta fue justamente lo primero que encontramos en el Salterio: “¡Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los impíos, sino que se complace en la ley del Señor y la medita de día y de noche!”. Y el joven le respondió: “¡Suficiente, padre! Intentaré poner en práctica esto, y después volveré para que me diga el resto”. Y el joven, que también era monje, partió deprisa, y se hizo anacoreta. Por su parte, el asceta olvidó pronto aquella conversación. Luego de treinta años, aquel joven volvió a buscar al asceta. El anciano eremita no lo reconocía, pero, con la ayuda del Espíritu Santo, después de un momento de reflexión, logró recordar su encuentro anterior. El monje le dijo: “Padre, he vuelto para que me diga la continuación del primer salmo del Salterio”. Y el anciano le preguntó: “¿Cuántos años han pasado desde la primera vez que viniste a verme?”. “Treinta, padre. Y todo este tiempo he luchado por alcanzar la felicidad del hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en el camino de los pecadores”. ¡Imagínense!

Cada palabra de la Santa Escritura está llena de enseñanza. ¡Pongamos todo eso en práctica, hermanos!

(Traducido de: Duhovnici români în dialog cu tinerii, (ediția a II-a), Editura Bizantină, București, 2006, pp. 217-219)