El listón lo pone la Iglesia
Si no tiene una vida espiritual, el hombre está muerto en el alma, porque sus ojos interiores están cerrados.
Un deportista (por ejemplo, uno que practica salto de altura) sabe que hay un listón y que alguien ha fijado un récord mundial, lo cual le sirve de orientación para saber si está saltando bien o no, o si tiene que entrenar con más ahínco.
Lo mismo ocurre con las cosas espirituales. La Iglesia fija el listón, el punto culminante que debe alcanzar el hombre, perfeccionándose. Si no existiera esa disposición normativa, el hombre no sabría cómo salvarse ni podría reconocer el nivel en el que se encuentra. Si no tiene una vida espiritual, el hombre está muerto en el alma, porque sus ojos interiores están cerrados. Así, cuando le llega el momento de confesarse, no sólo no conoce sus propios pecados, sino que tampoco sabe de qué tiene que arrepentirse. En dicha situación, el hombre suele defenderse con estas palabras: “¡Pero si yo no he matado ha nadie ni he robado nada!”. Por esta razón, cada persona tendría que conocer el Evangelio y los preceptos apostólicos, para poder llegar a la perfección y alcanzar el estado de Adán antes de la caída en pecado. Además, todas nuestras prédicas y homilías deben estar estar impregnadas del Espíritu del Evangelio, porque es ahí donde se establece la medida de la salvación.
Nuestro Señor Jesucristo dijo, con Sus propias palabras, que Sus normas son sencillas y que, si el hombre las cumple, podrá obtener la paz interior y el sosiego que necesita. “Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobiados, y Yo os daré descanso”.
(Traducido de: Îndrumar creștin pentru vremurile de azi: convorbiri cu Părintele Ambrozie (Iurasov),vol. 2, Ed. Sophia, 2009, pp. 86-87)