El llamado a la vida monástica
Una importancia especial tiene el hecho de reconocer el llamado que has recibido. Muchos quieren hacerse monjes sólo para contrariar.
Ante los ojos de Dios, el casado es igual al célibe, si sigue Sus mandamientos, si vive la vida de Dios. La castidad, la pobreza y la obediencia, virtudes del monje, tienen su morada en el corazón del hombre. El individuo puede ser virgen con su cuerpo, pero tener el alma de un adúltero, llena de maldades e ignominias. O puede poseer un sinfín de bienes, pero por dentro ser libre de todo materialismo y vivir simplemente. Pero también puede ser pobre y vivir como un acaudalado. No son sus bienes los que hacen del hombre un rico o un pobre, sino cuánto apega su corazón a ellos.
Una importancia especial tiene el hecho de reconocer el llamado que has recibido. Muchos quieren hacerse monjes sólo para contrariar. Les daré un ejemplo. Una chica se fue a un monasterio y decidió quedarse ahí. Sus padres protestaron, lloraron... pero nada. Se empecinó en su decisión. Entonces, vinieron a verme y me pidieron consejo. Yo les sugerí que la dejaran hacer lo que había determinado. Les pedí que siguieran asistiendo al monasterio, que oraran, que hablaran con la madre abadesa... Así fue como las cosas comenzaron a aclararse. Poco tiempo después, aquella muchacha le pidió a la abadesa que la dejara inscribirse en la Facultad de Teología. Al terminar sus estudios, después de graduarse, dejó el monasterio...
(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, pp. 268-269)