El llanto desmesurado
Si crees en la Santa Escritura, como cualquier cristiano, no tienes por qué lamentarte y llorar desmedidamente por tu amigo que ha partido a la eternidad.
«Escucha, hijo: no es pecado llorar con medida, en paz y sin aspavientos, porque nuestra misma naturaleza así lo tiene previsto. El problema son los lamentos exagerados, es decir, el impulso de llorar desmesuradamente, rechazando ser consolado, como si pertenecieras a otra creencia, como si no tuvieras la esperanza de ver a tu hermano en el Reino de los Cielos, gimiendo como si se hubiera perdido para siempre. Si crees en la Santa Escritura, como cualquier cristiano, no tienes por qué lamentarte y llorar desmedidamente por tu amigo que ha partido a la eternidad, sabiendo que antes de morir tuvo tiempo para confesarse con humildad y comulgar con los Divinos Misterios, y que seguramente su alma alcanzó la salvación y resucitará en la resurrección universal, para que juntos puedan alegrarse en el Paraíso.
Por eso, regocíjate, porque tu hermano ya está libre de dolores y sufrimientos, de la enfermedad y los tormentos, y de muchas cargas más de esta vida, que es muy efímera y está siempre sometida a toda clase de tribulaciones. El aire le afecta, la comida la enferma, el hambre, la debilidad y las preocupaciones la mortifican, la pesadumbre y cualquier otro sufrimiento la destruyen… ¿Por qué no te alegras, sabiendo que tu hermano ya está libre de todo ese dolor?».
(Traducido de: Agapie Criteanu, Mântuirea păcătoșilor, Editura Bunavestire, Bacău, 1997, p. 210)