Palabras de espiritualidad

El llanto por nuestros pecados es el fruto de un prolongado trabajo espiritual

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

La tristeza por el pecado es una experiencia que transfigura. El provecho espiritual que brota de esta disciplinada implicación del cuerpo y la mente tiene una expresión física que se hace evidente.

El llanto por nuestros pecados es el fruto de un prolongado trabajo espiritual. La visión de Dios, tan deseada por el cristiano, es concedida solamente a aquellos que han alcanzado la plenitud: no es una transformación parcial, sino total. Esto concuerda incluso con la concepción paulina de Isaac sobre la naturaleza humana y la relación del hombre con Dios. La tristeza por el pecado es una experiencia que transfigura. El provecho espiritual que brota de esta disciplinada implicación del cuerpo y la mente tiene una expresión física que se hace evidente. La compunción de corazón es experimentada como “algo que brota del corazón y sube a la cabeza, envolviendo a los ojos y la nariz”.

Las lágrimas que se nos conceden al orar implican cada aspecto de la persona: su cuerpo se convierte en una fuente de lágrimas que le humedece; puede gemir o simplemente hablar. Puede que “su lengua calle, debido a las alegrías que experimenta”, y que las lágrimas “manen e inunden su rostro, en tanto que su alma salte y se llene de una esperanza que no puede ser descrita”.

(Traducido de: Hannah Hunt, Plânsul de-bucurie-făcător. Lacrimile de pocăinţă în scrierile Părinţilor sirieni şi bizantini, Editura Doxologia, pp. 217-218)