El maestro debe esforzarse en efectuar con alegría su trabajo de mentor y ayudar a sus alumnos a renacer espiritualmente, cosa que no todos los padres pueden lograr, aún a pesar de sus buenas intenciones. Asimismo, debe procurar que sus pupilos devengan en buenas personas, más allá de los conocimientos teóricos que sea responsable de impartirles. De lo contrario, ¿para qué les servirá lo que dicen los libros? La sociedad necesita hombres correctos, que hagan su trabajo como es debido, cualquiera que éste sea. El maestro no se debe limitar solamente a examinar a sus alumnos, sino debe saber reconocer también sus cualidades, tales como la devoción, la bondad, la grandeza de espíritu. Y es que las notas que pone Dios no siempre coinciden con las de los maestros. Puede que un “cuatro”, puesto por un maestro, para Dios sea un “diez” y lo que para el profesor sea un “diez”, para Dios sea sólo un “cuatro”.

(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Viața de familie, Traducere din limba greacă de Ieroschim. Ştefan Nuţescu, Editura Evanghelismos, București, 2003, p. 187)