Palabras de espiritualidad

El matrimonio, la pureza y el desenfreno

  • Foto: Benedict Both

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La pureza es un esfuerzo continuo en lo profundo del alma, una lucha por matar cualquier trazo de los movimientos pecaminosos que aún podrían subsistir en nuestro interior.

El matrimonio tiene, además de su propósito esencial, la procreación (I Timoteo 2,15), otro objetivo primordial, el de custodiar la pureza. San Juan Crisóstomo nos enseña: “El hombre debe casarse para alejar el pecado y para librarse de cualquier obra del desenfreno. Por eso es que debemos casarnos, para ayudarnos recíprocamente a llevar una vida pura. De acuerdo a las enseñanzas de este gran hombre, el matrimonio no es un obstáculo para la pureza, sino una garantía para guardarla y fortalecerla. Por este motivo, la infidelidad es un pecado tan grave. “El casado, si vulnera el lazo matrimonial de otros o simplemente mira con deseo a una mujer que no es la suya, se hace indigno de cualquier perdón, tanto por parte de los hombres como ante el Mismo Dios, por mucho que intente justificarse con su naturaleza”.

Este razonamiento, muy severo a primera vista, es en realidad uno muy justo, porque, si los monjes se apartan desde el principio de semejante forma de desahogo, el casado es libre de maniestar sus impulsos carnales, siempre en los límites de lo permitido por el matrimonio. Así, ver a otra persona, teniendo los ojos llenos de deseo y fuera de ese marco (del matrimonio), es un pecado evidente, una señal de desenfreno, y no del anhelo de multiplicar el género humano por medio del bendito matrimonio.

Luego, para alcanzar la verdadera pureza, el hombre debe esforzarse, especialmente cuando aún es joven, y no esperar a envejecer para comenzar a vivir íntegramente. La pureza se obtiene con esmero, oración y lucha. Como cualquier otra virtud general, la pureza no se obtiene sin trabajo.

San Basilio el Grande lo explica de forma prodigiosa: “La virtud de la pureza no es lo que caracteriza a aquel en cuyo interior los deseos más impúdicos se han debilitado por causa de la edad, la enfermedad, o algo semejante. En esa persona, aunque aún perviva el pecado, su endeble cuerpo le impedirá materializar tales maldades. La pureza es un esfuerzo continuo en lo profundo del alma, una lucha por matar cualquier trazo de los movimientos pecaminosos que aún podrían subsistir en nuestro interior. Quien haya conseguido alcanzar esta virtud, estará enraizando en su interior esa castidad que es lo opuesto al pecado.

(Traducido de: Arhim. Serafim Alexiev, Curăția – tâlcuire la rugăciunea Sfântului Efrem Sirul, Editura Sophia, p. 21-22)

 

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