Palabras de espiritualidad

El misterio del hombre

    • Foto: Andrei Agache

      Foto: Andrei Agache

El hombre es un misterio para sí mismo. ¿Es que este misterio lo seguirá siendo por siempre y no encontraremos la forma de descifrarlo? ¡Sí! El pecado y la caída (de Adán) determinaron que esto fuera así.

¿Acaso me desvanecerse por completo, cuando esta vida cese, desapareciendo en la nada como todos los demás? 

Entre todas las cosas de esta inmensa creación, también me veo a mí mismo. ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo? ¿Cuál es la razón de mi vida en este mundo? ¿Cuál es el propósito de mi vida terrenal, de este viaje tan efímero, agobiante y extenuante en relación contigo mismo, en comparación con la eternidad…? Aparezco en este mundo inconsciente, sin haber contribuido en ello, para después partir en contra de mi voluntad, de una forma incierta e imprevisible…

No sé qué sucederá conmigo, mañana o dentro de un minuto. Siempre me encuentro con algo inesperado. Siempre me hallo bajo la influencia de unas circunstancias y situaciones que me condicionan.

Una vida vivida en vano te hace presa de semejantes abstracciones. Pero tampoco se las podemos esconder al Creador.

La modalidad de mi paso por esta vida terrenal es realmente aterradora y se le llama “muerte”. La noción de “muerte” está ligada a la interrupción de la existencia. Sin embargo, en mi interior existe, de forma involuntaria, la convicción de que soy inmortal.

Me siento inmortal y todas mis acciones vienen en concordancia con ese sentimiento. Quienes mueren, actúan en ese momento como simples viajeros, como seres que parten de aquí y tienen como destino la desaparición total.

El hombre es un misterio para sí mismo. ¿Es que este misterio lo seguirá siendo por siempre y no encontraremos la forma de descifrarlo? ¡Sí! El pecado y la caída (de Adán) determinaron que esto fuera así.

El hombre carece del verdadero discernimiento y conocimiento. Mientras persista en mi propia caída (en pecado), el misterio del hombre seguirá siendo inexplicable para mí, porque mi razón, que es endeble, que está enferma por la ceguera de la mentira, no tiene la capacidad de descubrirlo.

El misterio —el hombre— se abre de forma accesible y benéfica para nosotros, por parte de Dios, Quien asumió la naturaleza del hombre en nuestro Señor Jesucristo, “en Quien están todos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento oculto”.

(Traducido de: Sfântul Ignatie Briancianinov, Cuvânt despre om, Editura Egumeniţa, 2007, p. 15-16)

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