El orgullo echa a perder todo intento de practicar las virtudes
«¿Qué clase de injusticia es esta, Señor? ¿Acaso no era un joven casto y virtuoso? ¿Es que no oraba todo el día y toda la noche? ¿Acaso no ayunó durante toda su vida, sometiéndose a toda clase de severas privaciones?».
Un monje tenía un hermano en el mundo (laico), quien, al morir, dejó huérfano un hijo de tres años. Apiadándose del pequeño, el monje lo acogió como si fuera su propio hijo y se lo llevó a vivir con él en el desierto, en donde lo instruyó en la oración y el ayuno consistente en comer solamente dátiles y vegetales. Durante todos esos años, el muchacho jamás vio a otra persona, hombre o mujer, ni conoció la ciudad ni el pan. No sabía cómo era la vida en el mundo, porque todo el tiempo lo pasaba en compañía del anciano monje, cantando salmos y orando. Pero, inesperadamente, cuando recién había cumplido los dieciocho años, el chico murió y el monje lo enterró cerca del lugar que le había servido de celda.
Poco tiempo después, el anciano oró, pidiéndole a Dios que le mostrara a dónde había ido a dar el alma del chico, convencido de que se hallaba en un lugar lleno de justos y santos. Y sucedió que, una noche, el monje tuvo una visión, en la cual se le mostraba un lugar oscuro y pestilente, y en aquel lugar era atormentada el alma del pobre muchacho. Indignado, el anciano empezó a justificarse ante Dios y a decir: «¿Qué clase de injusticia es esta, Señor? ¿Acaso no era un joven casto y virtuoso? ¿Es que no oraba todo el día y toda la noche? ¿Acaso no ayunó durante toda su vida, sometiéndose a toda clase de severas privaciones?». En ese momento, un ángel de Dios se le apareció al anciano monje, y le dijo: «Escucha, hermano: si bien le enseñaste al chico cómo vivir austeramente, en castidad y templanza, ¿por qué no le enseñaste también a ser humilde? Porque en su corazón siempre estuvo convencido de ser un gran hombre, un santo. Así pues, entiende que Dios no es capaz de ninguna injusticia. Porque, para Él, la altivez y el orgullo son cosas impuras». Y, volviendo en sí, el anciano se echó a llorar amargamente por el alma del muchacho.
(Traducido de: Sfântul Anastasie Sinaitul, Povestiri duhvovnicești, traducere de Laura Enache, Editura Doxologia, Iași, 2016)