Palabras de espiritualidad

El orgullo, una pasión que afecta al alma entera

  • Foto: Valentina Birgaoanu

    Foto: Valentina Birgaoanu

En el caso del orgullo, cuando se apodera del alma, como un terrible tirano que ha conquistado una ciudad grande e imponente, la arrasa por completo y la demuele hasta sus mismos cimientos.

La octava lucha es en contra del espíritu del orgullo. Este es el más atroz, el más salvaje de todos. Ataca principalmente a los más avanzados y a quienes han alcanzado un alto nivel en el orden de las virtudes, intentando hacerlos caer. Y, tal como la peste mortal destruye no solamente un miembro del cuerpo, sino que ataca a todo el organismo, así también el orgullo no daña solamente una parte del alma, sino que la perjudica por completo. Cada una de las demás pasiones, aunque perturbe al alma, se venga solamente contra la virtud opuesta y, buscando la forma de vencerla, oscurece únicamente una parte del alma. La pasión del orgullo, por su parte, oscurece al alma entera y la hace derrumbarse en el abismo más profundo.  Para entender mejor esto que digo, prestemos atención a lo siguiente: la gula busca destruir la templanza; la lujuria, la pureza; la codicia, la pobreza; la ira, la mansedumbre, etc. Pero, en el caso del orgullo, cuando se apodera del alma, como un terrible tirano que ha conquistado una ciudad grande e imponente, la arrasa por completo y la demuele hasta sus mismos cimientos (...).

El mejor testimonio de que la salvación proviene de la Gracia y la misericordia de Dios, nos lo da el bandido que fue crucificado junto al Señor, quien fue recibido en el Paraíso no como recompensa por sus virtudes, sino por la Gracia y la piedad del Señor. Sabedores de esto, nuestros Santos Padres nos enseñan al unísono que no es posible alcanzar la perfección en las virtudes, sino únicamente por medio de la humildad. Y esta proviene de la fe, del temor de Dios, de la mansedumbre y de la pobreza abstoluta, por medio de las cuales viene también el amor perfecto, con el don y el amor a la humanidad de nuestro Señor Jesucristo, a Quien se debe toda honra por los siglos de los siglos. Amén.

(Traducido de: Sfântul Ioan Casian, Filocalia, volumul I, ediția a II-a, editura Harisma, București, 1992)