El pecado de omisión
En el camino de la vida, a cada paso encontraremos heridos, hermanos y hermanas oprimidos, desvalidos, abandonados por todos. ¿Qué seremos para ellos: el sacerdote, el levita o el samaritano?
En la “Parábola del buen samaritano” se nos presentan primero un sacerdote y un levita, personas que entonces eran consideradas muy piadosas. Ambos, viendo al infeliz viajero herido, asaltado por los malhechores, pasaron indiferentes a su lado. Está claro que tanto el uno como el otro eran incapaces de amar a su semejante como a sí mismos.
Siendo justos, ni el uno ni el otro le hicieron mal alguno a aquel hombre, No lo golpearon ni le robaron nada, sino que, sencillamente, al verle, se hicieron a un lado y siguieron su camino. Alguno dirá que esto no es pecado y que los verdaderos culpables fueron los bandidos, quienes actuaron con muchísima crueldad con aquel hombre, hiriéndole, robándole y dejándole tendido en el camino. Sí, es verdad que ni el levita ni el sacerdote participaron en semejantes infamias. No participaron, es cierto, pero sí que infringieron el mandamiento del amor, absteniéndose de brindarle auxilio a su semejante.
Usualmente no nos reprochamos las cosas que no hemos hecho. Al contrario, nos lamentamos cuando con algo le causamos perjucio a alguien. Pero no nos acusamos cuando evitamos la ocasión de hacer algún bien y darle nuestra ayuda a alguien, estando a nuestro alcance hacerlo.
Cada uno de nosotros dará cuentas de cada una de esas oportunidades perdidas —por negligencia, distracción, pereza o egoísmo— de ayudar a nuestro semejante. Son oportunidades que ya no regresan, por lo cual tendríamos que aprovecharlas cada vez que aparezcan, porque nos han sido enviadas por Dios.
En el camino de la vida, a cada paso encontraremos heridos, hermanos y hermanas oprimidos, desvalidos, abandonados por todos. ¿Qué seremos para ellos: el sacerdote, el levita o el samaritano?
(Traducido de: Fiecare zi, un dar al lui Dumnezeu: 366 cuvinte de folos pentru toate zilele anului, Editura Sophia, p. 337)