El pecado nos impide ver a Dios
También la percepción de la presencia de Dios no es algo estático e igual para todos, sino que cada uno se halla ante Dios a una distancia distinta, una distancia propia, correspondiente con su estado espiritual.
El pecado de Adán es “el muro del medio de la enemistad” (“Gloria de la Resurrección”, Tono I), y la voluntad de pecado del hombre es una “pared de cobre” entre el hombre y Dios. Tal como un muro obstruye la visión de lo que se halla detrás de él, también el pecado cierra el horizonte a la visión de Dios, nos encierra en nosotros mismos como un cerco, haciéndonos menos semejantes con Dios, y por eso nos sentimos tan lejos de Él, a pesar de tenerlo más cerca de lo que creemos.
Solamente la purificación de nuestros pecados puede derribar dicho muro. A medida que el hombre avanza en su purificación interior y en el cumplimiento de los mandamientos, esa desemejanza desaparece, la distancia disminuye y la presencia de Dios se hace cada vez más evidente, más luminosa. Por eso, también la percepción de la presencia de Dios no es algo estático e igual para todos, sino que cada uno se halla ante Dios a una distancia distinta, una distancia propia, correspondiente con su estado espiritual.
(Traducido de: Ieromonahul Petroniu Tănase, Chemarea Sfintei Ortodoxii, Editura Bizantină, București, 2006, pp. 106-107)