Cuando el hombre se hace digno de gustar del amor divino, suele olvidarse de todo lo demás, porque ante ese gusto todo lo visible le parece insignificante. Su alma se acerca con regocijo al luminoso amor a la humanidad sin hacer diferencias, y nunca se deja vencer o perturbar por las debilidades de los otros, a semejanza de los Apóstoles, quienes, en medio de todos los males que soportaban por parte de los demás eran incapaces de odiarlos y no dejaban de amarlos. Y todo esto lo demostraron con sus propios actos, cuando, después de tanto sufrimiento, aceptaron la muerte para volver a encontarlos (algún día en el Cielo). ¡Y eran los mismos que algún tiempo atrás le habían pedido a Cristo que hiciera que bajara fuego del cielo sobre los samaritanos, por no haberlos recibido! (Lucas 9, 54). Pero, una vez recibieron el don y gustaron del amor de Dios, alcanzaron la perfección también en el amor a los más viles; soportando lo que fuera necesario para volver a encontrarlos (en el Cielo), eran incapaces de odiarlos. Vemos, así, que el perfecto amor a los demás no puede ser alcanzado solamente cumpliendo con los mandamientos.

(Traducido de: Ilarion Alfeyev, Lumea Duhovnicească a Sfântului Isaac Sirul, traducere din limba engleză de Dragoş Dâscă, Editura Doxologia, Iaşi, 2013, p. 79)