Palabras de espiritualidad

El poder de la bendición de un “stárets”

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Lo primero que pensé fue en retirarme, para evitar problemas mayores. Pero algo me detuvo, otro pensamiento: “Quédate, para cumplir la orden del padre”. Entonces, empecé a orar, repitiendo el “Padre nuestro” con mi mente.

Debido a las estrecheces económicas que enfrentaba nuestro monasterio, el padre archimandrita se vio obligado a enviar algunos monjes a pedir ayuda. Para esto, les aconsejó que, al hallarse frente a la puerta de cada casa, repitieran con su mente un “Padre nuestro” y un “En verdad es justo…” (oración dedicada a la Madre de Dios), así como cualquier otra plegaria que supieran.

Un día, uno de los monjes le contó esto que le sucedió cuando estaba en (la ciudad de) Tul:

«Llegué a la sede del concesionario del lugar, Molcheanov. Cuando entré al vestíbulo, un hombre que estaba ahí me preguntó:

—¿Qué es lo que necesita?

—Usted disculpe, vengo pidiendo ayuda para el monasterio...

—Aquí no hay nadie- No hay nada que pueda hacer por usted.

Después de decir esto, el hombre se fue. Lo primero que pensé fue en retirarme, para evitar problemas mayores. Pero algo me detuvo, otro pensamiento: “Quédate, para cumplir la orden del padre”. Entonces, empecé a orar, repitiendo el “Padre nuestro” con mi mente. Cuando estaba a putno de terminar, por una puerta lateral apareció una mujer muy elegante, quien me preguntó:

—¿Qué desea, padre?

—Estamos recaudando fondos para nuestro monasterio.

—Espere un momento.

Y salió por la misma puerta. Desde mi lugar pude escuchar cómo hablaba con alguien más: “En el vestíbulo hay un monje que pide algo de dinero”. “¡Entonces, dale algo!”, respondió la otra persona. Después, se escuchó cómo alguien abría una gaveta. “No tenemos nada de monedas, solo un billete de diez rublos”. “¡Dáselo al padre!”. La señora apareció nuevamente y me entregó aquella generosa donación. Para mí, esto fue algo que me llenó de mucha alegría; si me hubiera marchado, sin respetar la palabra del stárets, no habría recibido nada. ¡Tan grande era el poder de sus palabras!».

(Traducido de: Patericul de la Optina, traducere de Cristea Florentina, Editura Egumenița, Galați, 2012, pp. 128-129)