El precio del egoísmo
El hombre que es perfectamente humilde se abandona totalmente en manos de Dios y vive una paz extraordinaria y una asombrosa libertad. El egoísta, al contrario, considera que Dios es el culpable de todos sus problemas.
La revelación divina presupone, necesariamente, una relación viva y personal entre Dios y el hombre. El conocimiento de Dios, característica de los santos, es la consecuencia de la revelación divina y de una prolongada y humilde lucha ascética. La Iglesia Ortodoxa es el custodio de la perfección de la revelación divina. La purificación de la mente es absolutamente necesaria, de acuerdo con las enseñanzas patrísticas, de manera que la mente deje de sentirse atraída y de distraerse con la imaginación humana.
El abordaje inteligible de Dios no es ni un conocimiento empírico por completo, ni una simple oración. Se necesita de una acción más profunda, más esencial y más ferviente, para que la persona pueda sentir esa plenitud. Ese sano y humilde saber sentir nuestra nimiedad nos eleva a Dios. El egoísmo nos arroja al infierno. El hombre que es perfectamente humilde se abandona totalmente en manos de Dios y vive una paz extraordinaria y una asombrosa libertad. El egoísta, al contrario, considera que Dios es el culpable de todos sus problemas y lo cree terriblemente severo, como una sentencia suprema.
Si no siente nada por Dios, el pobre hombre no tiene paciencia ni esperanza, y se aburre hasta de su propia vida. Sin la luz divina, se deja llevar por la depresión, la melancolía, la desesperanza. Ese estado lo conduce finalmente a la renuncia total de Dios, convencido de que la fe es una locura y que Él no existe. La consecuencia de esto es la oscuridad del alma, la peturbación del corazón, el perjuicio de la mente, el odio, la envidia, la mezquindad, y la tendencia a juzgar y condenar a los demás. Los creyentes, con el auxilio de Dios, no se sienten atraídos por el odio de la envidia, la maldad y la desesperanza provocada por los demonios. La fe encendida, el amor y la confianza en Dios tranquilizan y llenan de serenidad al hombre.
(Traducido de: Moise Aghioritul, Pathoktonia [Omorârea patimilor], Ed. Εν πλω, Atena, 2011)